La fraternidad

Al bajar del avión noté que algo me era conocido. No puede ser, pensé. Esto yo ya lo he vivido antes, no he estado nunca en Colombia pero había sentido en otra ocasión lo que le estaba pasando a mi cuerpo. ¿Lo habré soñado? Quizá fue un sueño, quizá siga siendo un sueño (quizá se quede en un sueño para el que nosotros no necesitamos visa pero ellos si, su sueño y el nuestro es completamente diferente). La sensación de calor, humedad y clima diferente que te arrolla y te llena cada poro fue la misma que en República Dominicana: desciendes la escalerilla del avión y notas que estás en algún lugar maravilloso del Caribe. Camino de la casa: música, motos (dos o tres ocupantes por vehículo), buseras (autobuses medianos) llenos de gente, coches en todas las dirección, familia en la puerta de las casas todos a medio vestir… Es lo mismo, lo mismo. Ritmo, calle, fiesta, pobreza, casas abiertas, ruido… El Caribe.
Llegue a la comunidad. Me estaban esperando a la puerta de la casa. Es una comunidad grande y variable. Tres sacerdotes carmelitas, dos de ellos colombianos y el P. Lauro. Una laica que lleva viendo aquí todo el tiempo, trabaja en el colegio, en la parroquia y donde sea necesario. Cuatro jóvenes postulantes y dos haciendo una experiencia previa. Un italiano no creyente haciendo su trabajo de licenciatura sobre derechos humanos. El último en llegar he sido yo. Creo que esto merece un comentario.
La referencia de esta presencia en Arjona de la Orden es ‘fraternidad carmelita’. Viven en comunidad, habitan una casa pero lo que se conoce de ellos es la fraternidad,  ponen en su correo electrónico. Esta es la primera propuesta que recibo en mi viaje. Una casa abierta para el que lo pueda necesitar, hoy domingo un joven universitario que pasó por unos de los proyectos que se desarrollan acá esta pasando la mañana. Una comunidad con muchos miembros y dispuesta a crecer con quien pueda necesitar hospitalidad y acogida. Julio, el estudiante italiano, se considera uno más de la comunidad: viven juntos con un motivo, un fin, una idea común. Si la casa es abierta la comunidad también. Lo que se intenta vivir, el sentido de la vida, la propuesta de unidad es la fraternidad. El otro es mi hermano. Un propuesta que se palpa nada más entrar en el laberinto que es la casa, en lo variopinta comunidad: un abrazo, no dejarme llevar la maleta, un plato de arroz esperando, una sonrisa cariñosa, una habitación dispuesta (la mejor de la casa, la preferida de la comunidad y pensada para las visitas). La fraternidad es lo importante, es la sal y la luz de la vida. Acoger, vivir como hermanos, hacer que el otro se sienta querido, acompañado y servido. No sé si será por esto que esta parte de nuestra familia carmelita tiene once novicios en Perú, diez jóvenes formándose en Italia… ¿Será por esto? Saben muy bien hacer que la casa y la comunidad esté al servicio de lo verdaderamente importante: el proyecto de Dios para este mundo, la fraternidad. 

Comentarios

Julián ha dicho que…
Me alegro que hayas llegado bien!. Es maravilloso viajar a un país de estos donde, lo primero, es el Otro (Dios) y el otro (el hermano). Ojala que en el, mal llamado, primer mundo fueramos capaces de volver a las raíces del Evangelio, viviendo la fraternidad con todos, sobretodo, con los que más necesitan de nosotros. Por favor, sigue comunicándonos tu esperiencia de estos días y comunicales que, a pesar de la ditancia, hay alguien que se acuerda de esa gente. Un abrazo.

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