Mirada entrañable


Él y nosotros en tres días de historia recordada y vivida nos cruzaremos la mirada. La suya siempre es de misericordia, una mirada a la que el dolor, la pena, la alegría, la realidad, la humanidad… no le quita nunca la ternura de un perdón hecho amor sin medida, entrega en totalidad y misericordia infinita. Todo en Él sale del corazón, de las entrañas.
Estaban en la mesa, sentados y los quería con locura, cada gesto era para hacer recuerdo de lo vivido en tantas mesas, con tantos amigos. Miradas de complicidad entre bocado y bocado, cada vez que levantaba la copa… Un mirada a su alrededor con amor entrañable a cada uno, eran como sus hijos, con los que había anunciado el Reino y su justicia en cada rincón de aquella tierra que emanaba dios en cada repecho y llanura. Miraba como una madre que no puede olvidar a su hijos, y aunque fuera así, ‘yo no te olvidaré’  (Isaías 49, 15) les decía en silencio cómplice y que abraza, ‘pase lo que pase no te dejaré’. Aguantarle la mirada en estas circunstancias no es fácil, es complicado, pero se siente tanta calor al sentirte mirado con esa profundidad y fidelidad. Su mirada está ausente de palabras muchas veces y entonces… serán los ojos misericordiosos y la paciencia infinita, la espera constante y el amor generoso y entregado, los que nos hablen y nos toquen el corazón.
Ojos llorosos en Getsemaní que miran la falta de voluntad y vigilia de aquellos que son sus amigos. Es una mirada misericordiosa pero llena de extrañeza, de la sorpresa que da ver a los que quieres sin ser conscientes de la responsabilidad que está pasando por tu vida… No hay mirada acusadora en sus ojos, la sorpresa es parte de la tristeza que da la soledad ante un destino inimaginado, intuido y sospechado. El descubrimiento de la falta de implicación de los que quieres, de la indiferencia inconsciente, lo convierte en itinerario de verdad. Él acepta la voluntad del Padre sin la compañía de los otros, tú, Él, la vida, la honestidad, el seguir hasta un final que rasga las entrañas… y que deja de mirar con misericordia entrañable. ‘levantaos, ha llegado la hora’. Es una invitación a vivir en profundidad, profundamente queridos la historia de la verdad, el camino de la entrega, la vida salvada. 
¿Cómo devolver esa mirada? En comunidad celebrando y siendo parte de los que le siguen, sentándonos a la mesa y partiendo el pan y brindando nosotros también. Aprendiendo de su mirada vamos a mirar como Él miró lo más bajo y sucio de nuestra condición, los píes. No lavamos por recordar, lavamos para mirar y querer al otro en totalidad, en la dignidad que Él hizo brillar al lavar los pies de sus discípulos. Vamos a mirar a quien nos lava con el mismo cariño, sorpresa y amor con la que los discípulos le miraron la noche de jueves santo. Una mirada de agradecimiento, de devolver con ternura las caricias en la intimidad que nos da. 

Vamos a mirar en la noche los recuerdos de esa cena, vamos a mirar la voluntad de Dios como Él la miro, vamos a mirarle también nosotros desde lo profundo, desde las entrañas, desde la renovación de esa fidelidad que Él nos regala y que la hacer nuestra queremos renovar delante del sagrario, de la custodia… Haciendo memorial no solo de su presencia sino también del cruce de miradas entre Él y sus discípulos que se hacen presentes en la nuestra ‘fija en Él’ y la necesidad de los otros. Cerraremos los ojos dejaremos de mirar por la noche al dominarnos el cansancio, pero nunca el deseo que perderle de vista, de mirarle a los ojos, de querer estar a su lado, de mirar la dirección hacia ‘los sanedrines’ donde será juzgado e insultado, no sólo entonces, también hoy. 

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