No te condeno



Piedra sobre piedra (PS) (c) Vicent Tena

Juan 8, 1-11

En aquel tiempo, Jesús se retiró al monte de los Olivos. Al amanecer se presentó de nuevo en el templo, y todo el pueblo acudía a él, y, sentándose, les enseñaba.
Los escribas y los fariseos le traen una mujer sorprendida en adulterio, y, colocándola en medio, le dijeron: "Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en flagrante adulterio. La ley de Moisés nos manda apedrear a las adúlteras; tú, ¿qué dices?"
Le preguntaban esto para comprometerlo y poder acusarlo.
Pero Jesús, inclinándose, escribía con el dedo en el suelo.
Como insistían en preguntarle, se incorporó y les dijo: "El que esté sin pecado, que le tire la primera piedra."
E inclinándose otra vez, siguió escribiendo.
Ellos, al oírlo, se fueron escabullendo uno a uno, empezando por los más viejos.
Y quedó sólo Jesús, con la mujer, en medio, que seguía allí delante. Jesús se incorporó y le preguntó: "Mujer, ¿dónde están tus acusadores?; ¿ninguno te ha condenado?" Ella contestó: "Ninguno, Señor."
Jesús dijo: "Tampoco yo te condeno. Anda, y en adelante no peques más."


Le presentan a Jesús a una mujer sorprendida en adulterio. Todos conocen su destino: será lapidada hasta la muerte según lo establecido por la ley. Nadie habla del adúltero. Como sucede siempre en una sociedad machista, se condena a la mujer y se disculpa al varón. El desafío a Jesús es frontal: «La ley de Moisés nos manda apedrear a las adúlteras. Tú ¿qué dices?».

Jesús no soporta aquella hipocresía social alimentada por la prepotencia de los varones. Aquella sentencia a muerte no viene de Dios. Con sencillez y audacia admirables, introduce al mismo tiempo verdad, justicia y compasión en el juicio a la adúltera: «el que esté sin pecado, que arroje la primera piedra».

Los acusadores se retiran avergonzados. Ellos saben que son los más responsables de los adulterios que se cometen en aquella sociedad. Entonces Jesús se dirige a la mujer que acaba de escapar de la ejecución y, con ternura y respeto grande, le dice: «Tampoco yo te condeno». Luego, la anima a que su perdón se convierta en punto de partida de una vida nueva: «Anda, y en adelante no peques más».

Así es Jesús. Por fin ha existido sobre la tierra alguien que no se ha dejado condicionar por ninguna ley ni poder opresivo. Alguien libre y magnánimo que nunca odió ni condenó, nunca devolvió mal por mal. En su defensa y su perdón a esta adúltera hay más verdad y justicia que en nuestras reivindicaciones y condenas resentidas.

Los cristianos no hemos sido capaces todavía de extraer todas las consecuencias que encierra la actuación liberadora de Jesús frente a la opresión de la mujer. Desde una Iglesia dirigida e inspirada mayoritariamente por varones, no acertamos a tomar conciencia de todas las injusticias que sigue padeciendo la mujer en todos los ámbitos de la vida. Algún teólogo hablaba hace unos años de «la revolución ignorada» por el cristianismo.

Lo cierto es que, veinte siglos después, en los países de raíces supuestamente cristianas, seguimos viviendo en una sociedad donde con frecuencia la mujer no puede moverse libremente sin temer al varón. La violación, el maltrato y la humillación no son algo imaginario. Al contrario, constituyen una de las violencias más arraigadas y que más sufrimiento genera.

¿No ha de tener el sufrimiento de la mujer un eco más vivo y concreto en nuestras celebraciones, y un lugar más importante en nuestra labor de concienciación social? Pero, sobre todo, ¿no hemos de estar más cerca de toda mujer oprimida para denunciar abusos, proporcionar defensa inteligente y protección eficaz?

José Antonio Pagola


Aquí estoy, Señor, a tus pies,
asustada, y aturdida,
temblorosa y silenciosa,
estremecida y expectante,
sabiendo que he llegado acusada,
pero sintiendo que avivas, en mi corazón,
las cenizas del deseo y la esperanza
y despiertas, con tu mirada y roce
mis entrañas yermas.

Aquí estoy, Señor, a tus pies
rodeada por quienes ves
y sus corazones de piedra,
abrumada por mis hechos
y mi conciencia mal enseñada,
juzgada y condenada
sin poder decir una palabra.
Soy carne despreciada y chivo expiatorio
de quienes pueden y mandan

Aquí estoy, Señor, a tus pies
sin dignidad ni autoestima,
con los ojos desorientados
pero con el corazón palpitando,
con el anhelo encendido,
con el deseo disparado,
aguardando lo que más quiero – tu abrazo–,
luchando contra mis fantasmas y miedos,
desempolvando mi esperanza olvidada,
y nuestros encuentros y promesas enamoradas.

Aquí estoy, Señor, a tus pies,
medio cautiva, medio avergonzada,
necesitada, sin entender nada...
pero queriendo despojarme
de tanto peso e inercia,
rogándote que cures las heridas de mi alma
y orientes mis puertas y ventanas
hacia lo que no siempre quiero
y, sin embargo, es mi mayor certeza.

Aquí estoy, Señor, a tus pies.,
¡Tú sabes cómo!

F. Ulibarri


 
La ley está escrita en piedra
Pero Jesús apunta los pecados en arena
que se borra con el soplo de su misericordia.
Hoy es el DÍA de tu liberación 



Un desafío


Un encuentro de perdón con Él. Nada de enfrentamiento, solo la verdad. La verdad sobre el pecado, donde todos tenemos algo que decir, esconder o reconocer. La verdad sobre la ley: al servicio del hombre, para ayudar nunca para condenar. La verdad sobre lo importante: la persona, la vida, el encuentro, acompañar... La verdad sobre el perdón de Dios: que se regala, que es vida nueva, que es una nueva oportunidad, que es un diálogo. ‘Yo tampoco te condeno’. Empecemos por ahí en nuestras relaciones de perdón, de misericordia, y no tirando piedras, arrastrando, maltratando... Encontrarse con Jesús, reconocer nuestro pecado, dejarse preguntar por Él, aceptar su misericordia, vivir como hombres y mujeres nuevos. Buen domingo.


EQUIPO PASTORAL COLEGIO CARMELTIAS

Colegio Virgen del Carmen
Onda · Vila-real



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