El Paismal




A cuatro kilómetros de El Paismal mataron al sacerdote Rutilio Grande y otras dos personas. Cuentan que fue la gota que colmó el vaso de Monseñor Romero. Fue el momento en que dejo de contemporizar y empezar más claramente a tomar partido y ponerse delante con y por aquellos que gritaban desde la entrañas del pueblo justicia y dignidad. En este país hay una relación estrecha entre fe y compromiso, entre los gritos de los pobres, propuesta política y fe. En la casa de la juventud de El Paismal se puede contemplar la pintura de Rutilio con los jóvenes salvadoreños y el retrato de uno de los jefes del FMLN vestido de militar revolucionario.
Son adhesiones y respuestas a los gritos de los pobres de verdad, a las injusticias que dañan las entrañas de un pueblo. El país (todos los países) sigue necesitando de buenos escuchadores de esos gritos, de verdaderos profetas que sigan proponiendo acciones y respuestas transformadoras a las peticiones de los últimos. Entré en la iglesia de El Paismal y el párroco comenzaba la homilía, era el día de Simón y Judas Tadeo. Hablaba de los mártires de este mundo, que todos se consideran mártires de cualquier cosa. El verdadero mártir es el que da por completo su vida… por entero. Pensé para mí que debo tener cuidado cuando digo que soy un mártir de mi horario, de mis alumnos, de mis tareas, de mis quehaceres, de la adolescencia actual o incluso digo de la sociedad. ¿Mártir por eso? Ya puedo tener cuidado con emplear la palabrita. Dar la vida por los otros, por los últimos, por sus derechos, por la necesidad que tienen de recuperar su dignidad este es el camino del martirio. Este es un país de mártires por descubrir que los gritos de los sin voz se deberían escuchar y les prestaron la suya: Monseñor, los jesuitas de la UCA, las mujeres que vivían en su casa… Uno no es mártir cuando lo que le importa es sólo que se escuche su ‘voz’, su ‘verdad’, su ‘importancia’ o su ‘tradición’. Los mataron por ser ‘cristos’, dadores de su vida para los otros.
A cuatro kilómetros del El Paismal comenzó, con la sangre de estos tres hombres, una historia de verdadero testimonio de vida y de Evangelio para este pueblo y para toda la Iglesia universal. Para muchos de nosotros, de una generación y formación determinada, eran auténticos testimonios de discípulado. ‘Por Cristo, con Él y en Él…’. Vida, fe, compromiso, realidad social, cercanía al pueblo, supresión de escalones, macutos ligeros para un mejor seguimiento, horas de estudio y reflexión, iglesia de calle y comunidad, mesa compartida de Pan dado y partido… formando un todo inseparable e indivisible. Todo esto fruto del grano de trigo que muere y da fruto. ‘Cristos’ de nuestros días, de nuestra historia, despojados de todo, desnudos como el Maestro, en el cruce de un camino, clavados por las balas asesinas de unos sicarios del poder corrompido por el otro dios. Sólo los que dan su vida por Él, los que entregan su vida, la ganarán.
He vivido momentos intensos de oración y vida en el jardín de la UCA, en las entrañas de la catedral de San Salvador junto a la tumba de Monseñor, en la capilla donde lo mataron y también a cuatro kilómetros de El Paismal, junto a un nuevo calvario de este pueblo.

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