Compasión
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Puerto (c) Vicent Tena |
Lucas
7, 11-17
En aquel tiempo,
iba Jesús camino de una ciudad llamada Naín, e iban con él sus discípulos y
mucho gentío.
Cuando
se acercaba a la entrada de la ciudad, resultó que sacaban a enterrar a un
muerto, hijo único de su madre, que era viuda; y un gentío considerable de la
ciudad la acompañaba.
Al
verla el Señor, le dio lástima y le dijo: "No llores."
Se
acercó al ataúd, lo tocó (los que lo llevaban se pararon) y dijo:
"¡Muchacho, a ti te lo digo, levántate!"
El
muerto se incorporó y empezó a hablar, y Jesús se lo entregó a su madre.
Todos,
sobrecogidos, daban gloria a Dios, diciendo: "Un gran Profeta ha surgido
entre nosotros. Dios ha visitado a su pueblo."
La
noticia del hecho se divulgó por toda la comarca y por Judea entera.
Jesús llega a Naín cuando
en la pequeña aldea se está viviendo un hecho muy triste. Jesús viene del
camino, acompañado de sus discípulos y de un gran gentío. De la aldea sale un
cortejo fúnebre camino del cementerio. Una madre viuda, acompañada por sus
vecinos, lleva a enterrar a su único hijo.
En pocas palabras, Lucas
nos ha descrito la trágica situación de la mujer. Es una viuda, sin esposo que
la cuide y proteja en aquella sociedad controlada por los varones. Le quedaba
solo un hijo, pero también este acaba de morir. La mujer no dice nada. Solo
llora su dolor. ¿Qué será de ella?
El encuentro ha sido
inesperado. Jesús venía a anunciar también en Naín la Buena Noticia de Dios.
¿Cuál será su reacción? Según el relato, «el Señor la miró, se conmovió y le
dijo: No llores». Es difícil describir mejor al Profeta de la compasión de
Dios.
No conoce a la mujer, pero
la mira detenidamente. Capta su dolor y soledad, y se conmueve hasta las
entrañas. El abatimiento de aquella mujer le llega hasta dentro. Su reacción es
inmediata: «No llores». Jesús no puede ver a nadie llorando. Necesita intervenir.
No lo piensa dos veces. Se
acerca al féretro, detiene el entierro y dice al muerto: «Muchacho, a ti te lo
digo, levántate». Cuando el joven se reincorpora y comienza a hablar, Jesús «lo
entrega a su madre» para que deje de llorar. De nuevo están juntos. La madre ya
no estará sola.
Todo parece sencillo. El
relato no insiste en el aspecto prodigioso de lo que acaba de hacer Jesús.
Invita a sus lectores a que vean en él la revelación de Dios como Misterio de
compasión y Fuerza de vida, capaz de salvar incluso de la muerte. Es la
compasión de Dios la que hace a Jesús tan sensible al sufrimiento de la gente.
En la Iglesia hemos de
recuperar cuanto antes la compasión como el estilo de vida propio de los
seguidores de Jesús. La hemos de rescatar de una concepción sentimental y
moralizante que la ha desprestigiado. La compasión que exige justicia es el
gran mandato de Jesús: «Sed compasivos como vuestro Padre es compasivo».
Esta compasión es hoy más
necesaria que nunca. Desde los centros de poder, todo se tiene en cuenta antes
que el sufrimiento de las víctimas. Se funciona como si no hubiera dolientes ni
perdedores. Desde las comunidades de Jesús se tiene que escuchar un grito de
indignación absoluta: el sufrimiento de los inocentes ha de ser tomado en serio;
no puede ser aceptado socialmente como algo normal pues es inaceptable para
Dios. Él no quiere ver a nadie llorando.
José Antonio Pagola
Y aunque nadie pida nada
cuando nos encontramos con
quienes sufren
y caminan cabizbajos y
tristes,
o tienen los pies heridos
y el estómago vacío,
o buscan refugio en otros
países
porque fueron desplazados
del suyo,
o lloran con desconsuelo
porque la mar los deja
tirados a la intemperie...
Cuando nos encontramos con
aglomeraciones,
con campos de refugiados,
con colas interminables de
sin papeles,
con alambradas y
barrizales,
con fronteras insalvables,
con hombres y mujeres
condenados a ser "nadie",
con personas que mueren
buscando salvarse...
Aunque nadie pida nada,
o se conformen con migajas,
o de vez en cuando
"exploten"...
haz que se conmuevan nuestros
corazones
y nuestras entrañas se
fecunden
de vida y misericordia,
que se ofrezca gratis,
como a ti te sucedió a las
puertas de Naín
y en otras muchas
ocasiones...
Aunque nadie pida nada...
¡ojalá demos a todos, en
cada lugar e instante,
vida gratis y ternura a
raudales
para vencer las estructuras
de muerte!
F. Ulibarri
Jesús me lleva de la muerte
a la vida
Con esperanza
‘No llores’ Jesús no puede permanecer
indiferente ante el dolor de los otros, ante el sufrimiento humano. Las
lágrimas le conmueven. Es la madre y su dolor quien mueve el corazón del Señor.
¿Quién llora hoy ante la muerte de tantos y tantos hombres y mujeres en la
tumba del Mediterráneo? Quizá la indiferencia ante tanto dolor no deja que
nuestro corazón sienta verdadera compasión ante el dolor. Miramos para otro
lado… Él se para ante el cortejo fúnebre en Naín. Se para y consuela… nada de
pasar de largo. Toca y cambia todo: ‘¡Levántate!’Se llena de vida. Es una
lección: nada de indiferencia ante tanto dolor, parémonos, toquemos la
realidad. Es un mandato para nosotros: levantémonos ante tanta muerte, ante
tanto sufrimiento. Buen domingo.
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Virgen del Carmen Onda · Vila-real |
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