De visita
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Puertas abiertas (PS) (c) Vicent Tena |
Lucas 1, 39-45
En aquellos días, María
se puso en camino y fue aprisa a la montaña, a un pueblo de Judá; entró en casa
de Zacarías y saludó a Isabel.
En cuanto Isabel oyó el
saludo de María, saltó la criatura en su vientre. Se llenó Isabel del Espíritu
Santo y dijo a voz en grito: "¡Bendita tú entre las mujeres, y bendito el
fruto de tu vientre!
¿Quién soy yo para que
me visite la madre de mi Señor? En cuanto tu saludo llegó a mis oídos, la
criatura saltó de alegría en mi vientre. Dichosa tú, que has creído, porque lo
que te ha dicho el Señor se cumplirá."
La visita
de María a Isabel le permite al evangelista Lucas poner en contacto al Bautista
y a Jesús antes incluso de haber nacido. La escena está cargada de una
atmósfera muy especial. Las dos van a ser madres. Las dos han sido llamadas a
colaborar en el plan de Dios. No hay varones. Zacarías ha quedado mudo. José
está sorprendentemente ausente. Las dos mujeres ocupan toda la escena.
María que
ha llegado aprisa desde Nazaret se convierte en la figura central. Todo gira en
torno a ella y a su Hijo. Su imagen brilla con unos rasgos más genuinos que
muchos otros que le han sido añadidos posteriormente a partir de advocaciones y
títulos más alejados del clima de los evangelios.
María, «la
madre de mi Señor». Así lo proclama Isabel a gritos y llena del Espíritu Santo.
Es cierto: para los seguidores de Jesús, María es, antes que nada, la Madre de
nuestro Señor. Este es el punto de partida de toda su grandeza. Los primeros
cristianos nunca separan a María de Jesús. Son inseparables. «Bendecida por
Dios entre todas las mujeres», ella nos ofrece a Jesús, «fruto bendito de su
vientre».
María, la
creyente. Isabel la declara dichosa porque «ha creído». María es grande no
simplemente por su maternidad biológica, sino por haber acogido con fe la
llamada de Dios a ser Madre del Salvador. Ha sabido escuchar a Dios; ha
guardado su Palabra dentro de su corazón; la ha meditado; la ha puesto en
práctica cumpliendo fielmente su vocación. María es Madre creyente.
María, la
evangelizadora. María ofrece a todos la salvación de Dios que ha acogido en su
propio Hijo. Esa es su gran misión y su servicio. Según el relato, María
evangeliza no solo con sus gestos y palabras, sino porque allá a donde va lleva
consigo la persona de Jesús y su Espíritu. Esto es lo esencial del acto
evangelizador.
María,
portadora de alegría. El saludo de María contagia la alegría que brota de su
Hijo Jesús. Ella ha sido la primera en escuchar la invitación de Dios:
«Alégrate… el Señor está contigo». Ahora, desde una actitud de servicio y de
ayuda a quienes la necesitan, María irradia la Buena Noticia de Jesús, el
Cristo, al que siempre lleva consigo. Ella es para la Iglesia el mejor modelo
de una evangelización gozosa.
José
Antonio Pagola
Ain Karem,
Señor,
aunque sea
pequeño
y con poca
historia,
es uno de
esos lugares
tatuados
en las entrañas
y
presente, siempre,
en el
corazón
y en la
memoria.
Lugar
fértil, Señor,
con jardines
y viñas;
aldea
escondida
del ruido
y de las intrigas
de la gran
ciudad
que era y
es toda Jerusalén
que tiene
sueños de grandeza
y mata a
los profetas.
Ain Karem,
Señor,
es para
nosotros
la fuente
de la viña,
fuente
generosa
que mana
paz y alegría,
que
descansa y da vida,
que
plenifica y ennoblece
a todo el
que se acerca a ella.
Y es
también, Señor,
desde
aquel día de primavera
que narran
y cantan
las
crónicas evangélicas,
lugar de
gozo y fiesta,
por
aquella visita de María
y aquel
encuentro
entre dos
visitadas tuyas.
Ain Karem,
Señor,
es ese
lugar apropiado
para todos
los que soñamos
con
embarazos de vida
y no
queremos encerrarnos
en
nuestras miserias
aunque
seamos personas estériles,
ancianas o
muy niñas.
Ain Karem,
Señor, es tu regalo
para que
tengamos vida
y
aprendamos a cuidarla
cantándote
a ti, Dios de vida,
presente
en nuestra historia y tierra.
F.
Ulibarri
MI COMENTARIO
María se
pone en camino. Es la primera respuesta después de recibir la promesa, de ser
tocada por Dios. Un camino que lleva al servicio, al encuentro de familia, a la
alegría de compartir sentido, vida, historia, proyecto… siempre el de Dios. Un
camino que no acepta elogios sino abrazos y sencillez. Su maternidad no es egoísta
sino generosa en el darse, a Dios y a los hermanos (Isabel y su familia). Su
Hijo será grande pero ella sirve. Será conocido por todo el pueblo, ella va una
aldea. Es instrumento de Dios, lo sabe, y es así como consigue que las
criaturas salten, que los otros se alegren, que los que encuentra reconozcan al
Salvador. Una gran lección, Dios llama, transforma… para que por nosotros Él
sea y se haga presente. Buen domingo.
EQUIPO DE PASTORAL
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