El Señor común


Hermanos: Si queréis darme el consuelo de Cristo y aliviarme con vuestro amor, si nos une el mismo Espíritu y tenéis entrañas compasivas, dadme esta gran alegría: manteneos unánimes y concordes con un mismo amor y un mismo sentir.
No obréis por rivalidad ni por ostentación, dejaos guiar por la humildad y considerad siempre superiores a los demás. No os encerréis en vuestros intereses, sino buscad todos el interés de los demás. (Filipenses 2, 1-4)

En ocasiones buscamos y buscamos mil cosas en las que coincidir… fines de semana, aficiones, músicas, deportes, modas, redes sociales… ¿Os imagináis ser dueños del mismo tesoro indivisible y único? Pues lo somos. Que yo también sea responsable del tesoro del que es dueño el otro y también yo, que no lo podemos vender porque él y yo estamos enamorados de él. Cuando yo le doy brillo es otro quien se ilumina y su luz me alumbra a mi. Cuando el otro lo destapa, muestra y embellece soy yo quien se llena de una luz ‘que se pone en lo alto de un celemín’.
Ese tesoro es Cristo. No busquemos más cosas en común, tenemos el mismo tesoro, lo hemos descubierto en comunidad durante muchos, muchos años… Es juntos como podemos hacer que su Luz sea para las gentes, para los hombres y mujeres de este mundo, y así muchos más lo compartan para que el tesoro crezca. Nos encanta limpiar y mostrar el tesoro, no lo hacemos de cualquier manera, lo hacemos dejando que sea Él quien ocupe el primer lugar, el primer puesto. Con sencillez y entrega lo cuidamos, amamos y mostramos. Son nuestros gestos, nuestros detalles, nuestra sencillez la que hace que Él ocupe el primer puesto… queremos que todos lo descubran, para que sean más los que venzan el miedo, los que se iluminen, los que se llenen de esperanza… El tesoro no es para mi, es para los otros… Mi suerte es haberlo encontrado, mi tarea es hacer que su luz brille por mi sin taparlo con mis intereses.

Nuestro tesoro es su amor. 
El Señor común es Cristo. 

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