Tres destellos

Alfombra floral frente a la Basílica
Ayer participé en la tradicional procesión de San Pascual. Es uno de los pocos actos de las fiestas en los que puedo participar aunque viva aquí. Trabajando en otro pueblo hace que sea incompatible integrarse en la dinámica festera. Quiero dejar constancia de tres detalles de la procesión de ayer que me movieron el corazón y el pensamiento. Mejor lo primero pero también lo segundo es importante a la hora de comprender para amar la realidad y los otros.
En primer lugar un gesto que varias mamás les hacían hacer a los niños pequeños mirando la imagen del santo aragonés y patrón de este pueblo. Hacían que con sus manos le tiraran besos. Era un gesto demandado por las mamás o abuelas y rápidamente contestado por los niños. Me pareció una propuesta maravillosa de dos cosas. La primera una manera de estar en los actos religiosos, en las procesiones, en las manifestaciones públicas de lo religioso. Todo esto debe llenarse de gestos que ayuden a participar, de amor, de cariño, de naturalidad. En ocasiones nos empeñamos en que sea un acto frío, hierático, donde la lejanía, el silencio forzado o ‘el no molestar’ sean las pautas de comportamiento pedido o exigido. Creo que no debe ser así. Lo segundo es lo afectivo como referencia relacional con lo religioso… ¿por qué lo enseñamos en ese gesto de ayer y luego lo vamos perdiendo haciendo que lo racional, memorístico, repetitivo y ritualmente vacío lo llene todo? No lo entiendo.
El segundo de los detalles o destellos fue el encontrar en el recorrido muchos últimos de nuestra sociedad. Vi muchas personas mayores, con dificultades motoras, necesitadas de ayuda, con muchos años y procesiones vividas. Descubrí también varios rostros de adultos con el síndrome Down. No es frecuente encontrarse
con personas mayores de estas características. Los dos grupos de personas son destellos de la capacidad de acogida, compañía, significado que debe, puede y tiene lo religioso para los últimos, los que sufren, los necesitados de compañía, los que situamos al margen… En nuestra fe deben ocupar los primeros puestos, tienen un sitio reservado y son los preferidos de nuestro Dios. Ellos son los primeros en escuchar el ‘bienaventurados’ de Dios. Me gustó ver sus lágrimas y compartirlas con ellos en mi oración, ver sus ojos y sus miradas fijas en la figura del santo, sentados al lado de alguien que les quiere y acompaña y poniendo en el Señor su esperanza. Agarrados aquí, deseando el encuentro con Dios.

El tercero de los destellos fue una pregunta, una llamada de atención. En un momento dado de la procesión un grupo de adolescentes, a alguno de ellos los conocía, se cruzaron con la procesión tomando la dirección contraria. Caminaban contracorriente. No gritaban, no corrían, no miraban con desprecio… nada de falta de respeto. Ellos simplemente iban en otra dirección. Pensé que lejos estaban nuestros signos y tradiciones de ellos, pensaba que se podían haber parado, esperado o buscado otra dirección. Luego pensé que vivimos en una sociedad plural donde todos tienen cabida, donde todos tienen sitio… Hoy ya la pregunta es otra, más pausada, más fría. ¿Quién caminaba contracorriente? 

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