Vino bueno
Ramilletes (c) Vicent Tena |
Juan 2,
1-11
En aquel
tiempo, había una boda en Caná de Galilea, y la madre de Jesús estaba allí.
Jesús y sus discípulos estaban también invitados a la boda.
Faltó el
vino, y la madre de Jesús le dijo: "No les queda vino."
Jesús le
contestó: "Mujer, déjame, todavía no ha llegado mi hora."
Su madre dijo
a los sirvientes: "Haced lo que él diga."
Había allí colocadas
seis tinajas de piedra, para las purificaciones de los judíos, de unos cien
litros cada una.
Jesús les
dijo: "Llenad las tinajas de agua."
Y las
llenaron hasta arriba.
Entonces les
mandó: "Sacad ahora y llevádselo al mayordomo."
Ellos se lo
llevaron.
El mayordomo
probó el agua convertida en vino sin saber de dónde venía (los sirvientes sí lo
sabían, pues habían sacado el agua), y entonces llamó al novio y le dijo:
"Todo el mundo pone primero el vino bueno y cuando ya están bebidos, el
peor; tú, en cambio, has guardado el vino bueno hasta ahora."
Así, en Caná
de Galilea Jesús comenzó sus signos, manifestó su gloria, y creció la fe de sus
discípulos en él.
El
evangelista Juan no dice que Jesús hizo «milagros» o «prodigios». Él los llama
«signos» porque son gestos que apuntan hacia algo más profundo de lo que pueden
ver nuestros ojos. En concreto, los signos que Jesús realiza, orientan hacia su
persona y nos descubren su fuerza salvadora.
Lo
sucedido en Caná de Galilea es el comienzo de todos los signos. El prototipo de
los que Jesús irá llevando a cabo a lo largo de su vida. En esa «transformación
del agua en vino» se nos propone la clave para captar el tipo de transformación
salvadora que opera Jesús y el que, en su nombre, han de ofrecer sus
seguidores.
Todo
ocurre en el marco de una boda, la fiesta humana por excelencia, el símbolo más
expresivo del amor, la mejor imagen de la tradición bíblica para evocar la
comunión definitiva de Dios con el ser humano. La salvación de Jesucristo ha de
ser vivida y ofrecida por sus seguidores como una fiesta que da plenitud a las
fiestas humanas cuando estas quedan vacías, «sin vino» y sin capacidad de
llenar nuestro deseo de felicidad total.
El relato
sugiere algo más. El agua solo puede ser saboreada como vino cuando, siguiendo
las palabras de Jesús, es «sacada» de seis grandes tinajas de piedra,
utilizadas por los judíos para sus purificaciones. La religión de la ley
escrita en tablas de piedra está exhausta; no hay agua capaz de purificar al
ser humano. Esa religión ha de ser liberada por el amor y la vida que comunica
Jesús.
No se
puede evangelizar de cualquier manera. Para comunicar la fuerza transformadora
de Jesús no bastan las palabras, son necesarios los gestos. Evangelizar no es
solo hablar, predicar o enseñar; menos aún, juzgar, amenazar o condenar. Es
necesario actualizar, con fidelidad creativa, los signos que Jesús hacía para
introducir la alegría de Dios haciendo más dichosa la vida dura de aquellos
campesinos.
A muchos
contemporáneos la palabra de la Iglesia los deja indiferentes. Nuestras
celebraciones los aburren. Necesitan conocer más signos cercanos y amistosos
por parte de la Iglesia para descubrir en los cristianos la capacidad de Jesús
para aliviar el sufrimiento y la dureza de la vida.
¿Quién
querrá escuchar hoy lo que ya no se presenta como noticia gozosa, especialmente
si se hace invocando el evangelio con tono autoritario y amenazador? Jesucristo
es esperado por muchos como una fuerza y un estímulo para existir, y un camino
para vivir de manera más sensata y gozosa. Si solo conocen una «religión
aguada» y no pueden saborear algo de la alegría festiva que Jesús contagiaba,
muchos seguirán alejándose.
José
Antonio Pagola
Para
nuestras reuniones más queridas
donde
festejamos lo que Tú nos das;
para los
encuentros fraternos
en los
que haces crecer nuestros amores,
no
tenemos vino.
Para las
manifestaciones de protesta
pidiendo
paz, trabajo y justicia;
para la
fiesta del compromiso humano
donde
celebramos triunfos y fracasos,
no
tenemos vino.
Para los
espacios sacramentales
que
reviven y actualizan tu presencia;
para
vivir con alegría, cualquier día,
la
invitación a tu cena y eucaristía,
no
tenemos vino.
Para el
anuncio de tu buena noticia
con
nuestras torpes palabras humanas;
para
testimoniar tu reino fraterno
soñado
como un banquete de puertas abiertas,
no
tenemos vino.
Para la
alianza de todas las civilizaciones,
del mundo
rico con el mundo pobre;
para las
bodas de tus hijos e hijas
que
recrean tu proyecto de gozo y vida,
no
tenemos vino.
Para el
abrazo solidario con los inmigrantes
que
reclaman los derechos más elementales;
para
nuestras celebraciones de cada día
sencillas,
íntimas, queridas,
no
tenemos vino.
Y por eso
andamos tristes y apocados,
sin
gracia y con la ilusión apagada.
Nos falta
la alegría compartida
aunque
abunden jarras y tinajas.
¡No
tenemos vino!
¡Haced lo
que él os diga!
F.
Ulibarri
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Haced lo que Él os diga |
En un banquete de bodas, en medio de una celebración del
amor, con sus amigos, con su Madre… comienzan los signos. Algo está pasando. El
vino bueno al final. El agua se convierte en vino. La tristeza de un fracaso en
fiesta del amor. Gestos de cambio y transformación. No es suficiente el decir,
el proponer. Hay gestos y signos de novedad. Rompamos lo viejo, algo nuevo
comienza y está relacionado con el amor, la alegría, la fiesta, la alianza. Es
llenar de ‘vino bueno’ nuestra vida, es cambiar las tinajas antiguas por el
encuentro con los hombres, es escuchar su palabra que transforma lo que somos.
Nunca fuera de este contexto de boda, banquete y fiesta. Siempre con una
propuesta de punto de partida: ‘haced lo que Él os diga’. Buen domingo.
Achispados
EQUIPO DE
PASTORAL
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