Hijos suyos
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Cortina (c) Vicent Tena |
San Juan 1,1-18
En el principio ya existía
la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios.
La Palabra en el principio
estaba junto a Dios. Por medio de la Palabra se hizo todo, y sin ella no se
hizo nada de lo que se ha hecho.
En la Palabra había vida,
y la vida era la luz de los hombres. La luz brilla en la tiniebla, y la
tiniebla no la recibió.
Surgió un hombre enviado
por Dios, que se llamaba Juan: éste venía como testigo, para dar testimonio de
la luz, para que por él todos vinieran a la fe. No era él la luz, sino testigo
de la luz.
La Palabra era la luz
verdadera, que alumbra a todo hombre. Al mundo vino y en el mundo estaba; el
mundo se hizo por medio de ella, y el mundo no la conoció. Vino a su casa, y
los suyos no la recibieron.
Pero a cuantos la
recibieron, les da poder para ser hijos de Dios, si creen en su nombre. Estos
no han nacido de sangre, ni de amor carnal, ni de amor humano, sino de Dios.
Y la Palabra se hizo
carne, y acampó entre nosotros, y hemos contemplado su gloria: gloria propia
del Hijo único del Padre, lleno de gracia y de verdad. Juan da testimonio de Él
y grita diciendo: "Este es de quien dije: el que viene detrás de mi pasa
delante de mí, porque existía antes que yo"
Pues de su plenitud todos
hemos recibido gracia tras gracia: porque la ley se dio por medio de Moisés, la
gracia y la verdad vinieron por medio de Jesucristo. A Dios nadie lo ha visto
jamás: El Hijo único, que está en el seno del Padre, es quien lo ha dado a
conocer.
Los creyentes tenemos
múltiples y muy diversas imágenes de Dios. Desde niños nos vamos haciendo
nuestra propia idea de él, condicionados, sobre todo, por lo que vamos
escuchando a catequistas y predicadores, lo que se nos transmite en casa y en
el colegio o lo que vivimos en las celebraciones y actos religiosos.
Todas estas imágenes que
nos hacemos de Dios son imperfectas y deficientes, y hemos de purificarlas una
y otra vez a lo largo de la vida. No lo hemos de olvidar nunca. El evangelio de
Juan nos recuerda de manera rotunda una convicción que atraviesa toda la
tradición bíblica: «A Dios no lo ha visto nadie jamás».
Los teólogos hablamos
mucho de Dios, casi siempre demasiado; parece que lo sabemos todo de él: en
realidad, ningún teólogo ha visto a Dios. Lo mismo sucede con los predicadores
y dirigentes religiosos; hablan con seguridad casi absoluta; parece que en su
interior no hay dudas de ningún género: en realidad, ninguno de ellos ha visto
a Dios.
Entonces, ¿cómo purificar
nuestras imágenes para no desfigurar de manera grave su misterio santo? El
mismo evangelio de Juan nos recuerda la convicción que sustenta toda la fe
cristiana en Dios. Solo Jesús, el Hijo único de Dios, es «quien lo ha dado a
conocer». En ninguna parte nos descubre Dios su corazón y nos muestra su rostro
como en Jesús.
Dios nos ha dicho cómo es
encarnándose en Jesús. No se ha revelado en doctrinas y fórmulas teológicas
sublimes sino en la vida entrañable de Jesús, en su comportamiento y su
mensaje, en su entrega hasta la muerte y en su resurrección. Para aproximarnos
a Dios hemos de acercarnos al hombre en el que él sale a nuestro encuentro.
Siempre que el
cristianismo ignora a Jesús o lo olvida, corre el riesgo de alejarse del Dios
verdadero y de sustituirlo por imágenes distorsionadas que desfiguran su rostro
y nos impiden colaborar en su proyecto de construir un mundo nuevo más
liberado, justo y fraterno. Por eso es tan urgente recuperar la humanidad de
Jesús.
No basta con confesar a
Jesucristo de manera teórica o doctrinal. Todos necesitamos conocer a Jesús
desde un acercamiento más concreto y vital a los evangelios, sintonizar con su
proyecto, dejarnos animar por su espíritu, entrar en su relación con el Padre,
seguirlo de cerca día a día. Esta es la tarea apasionante de una comunidad que
vive hoy purificando su fe. Quien conoce y sigue a Jesús va disfrutando cada
vez más de la bondad insondable de Dios.
José Antonio Pagola
Tu palabra, Señor, es
palabra encarnada,
ha acampado entre
nosotros,
se ha hecho carne humana y
tierna,
no ha codiciado títulos ni
privilegios,
pero de su plenitud todos
hemos recibido.
Alabado seas por tu
palabra.
Tu palabra, Señor, es
buena noticia,
semilla fecunda, tesoro
escondido,
manantial de agua fresca,
luz en las tinieblas,
pregunta que cautiva,
historia de vida,
compromiso sellado, y no
letra muerta.
Alabado seas por tu
palabra.
Tu palabra, Señor, está en
el evangelio,
en nuestras entrañas, en
el silencio,
en los pobres, en la
historia,
en las personas buenas, en
cualquier esquina,
en la naturaleza y,
también, en tu Iglesia.
Alabado seas por tu
palabra.
Tu palabra, Señor, llega a
nosotros
por tu Iglesia abierta,
por los mártires y profetas,
por los teólogos y
catequistas, por las comunidades vivas,
por nuestros padres y
familias, por quienes creen en ella,
por tus seguidores, y
también por gente de fuera.
Alabado seas por tu
palabra.
Tu palabra, Señor, hace de
nosotros
personas nuevas, sal y
levadura,
comunidad de hermanos,
Iglesia sin fronteras,
pueblo solidario con todos
los derechos humanos,
y zona liberada de tu
reino que llega..
Alabado seas por tu
palabra.
F. Ulibarri
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... y habitó entre nosotros |
quierover
MI COMENTARIO
‘Les concedió el
privilegio de llegar a ser hijos de Dios’ ¡¡Que suerte que tenemos!! La relación con Él no es ni de temor, ni de
miedo, ni de inseguridad… es de hijos. Es un privilegio, es un don, es una
gracia. No es nuestro merito, es su decisión, es iniciativa de Él. ‘Dios los ha
engendrado’. Debemos vivir como hijos de un Padre que se entrega, que se da,
que llama, que nos espera, que nos quiere con locura, que ha repartido la
herencia entre nosotros, que tiene entrañas de misericordia… Esta es nuestra
fe, no huyamos, no nos escondamos, no bajemos la cabeza… nos ha dado dignidad
de hijos, amémosle con locura, amemos a nuestros hermanos sin descanso. Buen
domingo.
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