El villancico


Asistí contento al concierto de Alborada en el Albergue de transeúntes de Castellón. Me encuentro como en casa. Había amigos, estaban los de casa. Un ambiente extraordinario. Un concierto sencillo, como el lugar y los asistentes. El comedor del Albergue se transforma en lugar de cultura (expresión propia de los hombres y de la condición humana, también de los que no tienen hogar, de los que no tienen techo). Es una idea maravillosa de Julián, el director.                                      
Me quede con una estrofa de uno de los villancicos, toda la noche dándole vueltas:

Pide pan y no le dan
Es tan pobre, no tiene hogar.
Vive solo sin nadie más,
sin hogar.

Del villancico no me acuerdo, sólo recuerdo estos cuatro versos, que nombran a los que viven en la calle, de los que no tienen lo necesario para vivir dignamente, los que no tienen un hogar. El hogar es la referencia de pobreza extrema según esos versos. Es lo último que se pierde cuando se ha perdido todo. Sin hogar no hay nada. Debe ser lo primero en recuperar para salir de la pobreza. Es a partir del hogar desde dónde se puede reconstruir la situación de dignidad.
Me contaba una amiga una conversación con su hija después de haber visto, en una gran ciudad española, dormir a varios hombres en un portal: ¿no tienen familia? ¿no tienen padres y por eso tienen que dormir aquí? La niña tiene cinco años y ya ha descubierto la importancia del hogar, de la acogida por los seres queridos, del ‘fuego’ que hace reunirse a los que se aman, a los que amas, a los que te aman.
Hogar es vivir con alguien y calentarse, es sentirse querido y arropado, abrigado como dicen otros, por lo menos la posibilidad de hacerlo realidad de vez en cuando. El halda de una madre cuando eres niño, la mirada de una compañera o compañero cuando eres mayor, el gesto de cariño de un hijo adulto que te visita.
Un hogar necesita un techo, necesita un sitio, tu sitio, mi sitio… En una época de crisis como la que nos encontramos el sitio, el techo, el lugar de vida que haga posible el hogar debe ser lo más cuidado, lo último en ser recortado, arrebatado o quitado aunque en este gesto se aplique la palabra ‘justicia’ (claramente la de este mundo y no la de Dios). En el hogar uno se guarece de la lluvia, de la oscuridad de la noche, de la violencia y dureza de la calle pero también de la soledad que carcome el alma, del frío de la indiferencia y el sin amor, del rechazo o exclusión por la diferencia…
Que no recorten los hogares… que no haya nadie sin un hogar, sin la posibilidad de hacerlo realidad, de gozarlo. 

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