Arzobispo de Poitiers



El arzobispo de Poitiers, Mons. Albert Rouet es una de las figuras más libres del episcopado francés. Estos días pasados llegó a mis manos una pequeña entrevista en la que, sin eludir ningún tema, respondía desde una profunda convicción de fe.
No podía creer lo que leía… me rasgue mis vestiduras, todavía no me he recuperado, mi escándalo me impidió asomarme la ventana por si me conocían como miembro de nuestra Iglesia, me produjo (estoy pensando que quizá no fue por esto pero seguro que ayudó) un profundo dolor el dedo de un pie que me impidió salir a la calle, por lo tanto era menos probable que me conocieran. Todavía, desde hace más de una semana, me pongo las gafas de sol y la gorra para pasear. En el colegio donde doy clases, creo que todavía no la han leído, por lo tanto no tengo miedo cuando me acerco cada mañana.
Se la deje a una amiga para ver su cara, la leímos juntos. Le pasó lo mismo, nos daba vergüenza salir del despacho por si alguien nos señalaba con el dedo. Estábamos escandalizados los dos. ‘Como es posible que un obispo de nuestra Iglesia diga esto, no puede ser, esto no puede ser’ No había consuelo para nosotros. Pertenecer a la Iglesia, seguir a Jesucristo, lleva consigo creer en la sucesión de los apóstoles, en la importancia que tiene el obispo como garante de unidad, como referencia de fe y compromiso en la comunidad. No podía ser verdad lo que estábamos leyendo. ‘¿Es obispo?’ me preguntó mi amiga. Le respondía casi avergonzado que si, que era obispo, eso ponían los papeles. ‘No me lo creo’, me dijo. ‘Yo la he leído dos veces para asegurarme’, le contesté.
He llegado a la conclusión que debemos seguir adelante, que no pasa nada, que ya basta de escándalos, de vergüenzas, de miedos, de cobardías… Mi escándalo no era por lo que decía el obispo francés, mi escándalo, mi vergüenza, mis ganas de esconderme estaban producidos por los obispos de nuestra Iglesia, de la de aquí, la de procesiones, la de persecuciones de opiniones diferentes, de todo aquello que se mueve por los márgenes, la de liturgias vacías, la de pulpitos y sedes cerca de las nubes (extraterresteres) separada por miles y miles de escalones de la realidad del pueblo, de la gente de la calle.
Sólo quiero repetir un párrafo sobre la misión y función del sacerdote. Es una propuesta de verdad para superar la crisis de vocaciones. La Iglesia de hoy necesita menos presidentes y más pueblo, memos ‘ordeno y mando’ y más ‘sirvo, animo y dejo decidir’.
“… si cambiamos la manera de ejercer el ministerio, si su función en la comunidad es otra, entonces sí, podemos considerar la ordenación de hombres casados. El cura no debe seguir siendo el patrón de la parroquia; debe de apoyar a los bautizados para que se conviertan en adultos de fe, debe formarlos, evitar que se replieguen en sí mismos..
Es él [el cura] quien debería recordarles que son cristianos para los otros, no para sí mismos. Entonces, él presidirá la eucaristía como un gesto de fraternidad. Si los laicos siguen siendo menores de edad, la Iglesia no tendrá credibilidad. Ella debe hablar de adulto a adulto”.

Empiezo a ser mayor, ¿quedará mucho tiempo para el cambio?

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