Raíces


Las raíces es lo que te ata a la tierra y te asegura a ella, pequeños o grandes conductos que te ayudan a alimentarte y que llenan de nutrientes la vida. Las raíces se hacen grandes conforme pasa el tiempo. Ayudan a asentar lo que la planta o el árbol es. Se puede transplantar una planta, un árbol, pero con especial cuidado con las raíces que comenzaron a crecer en un sitio, en un primer huerto, en una pequeña ladera de la montaña… Si algo viene y pasa por la raíz es capaz de impregnar el tronco, las ramas, las hojas, las flores, los frutos… Las raíces de la vida es dónde uno nace, dónde nacieron sus padres, su familia… Raíces para siempre. He estado en el Molino (foto inferior), donde nació mi abuelo materno, mi madre…

‘El origen de una parte de mi familia fue aquí, por lo menos he oído hablar de ello. Una casa abierta, donde siempre había un plato de comida para el que venía a moler su trigo o traer su caballería para cubrirla. He oído de sus fiestas, de sus inviernos de frío, de buscar leña y de cartas y guitarras, de jugar al  burro, al guiñote, de las primeras letras y cartillas para todo aquél que quería aprender... Casa grande con familia numerosa de jóvenes que trabajaban, ayudaban y se sentaban a la mesa de los amos. Tiempos difíciles que se hacían llevaderos a la hora de comer. Me siento y veo un huerto sin cultivar, una casa descorchada, zarzas y malas hierbas por todos lados… recuerdos de días viendo como jugaban en la fuente mis hermanos, caminatas con el abuelo y la burra, silencios de mi padre fumándose un cigarro con su camiseta de tirantes sudada y sus gafas, de pasta marrón, sucias por la tierra removida para hacer una pequeña acequia y así regar el huerto, que ahora está abandonado y lleno de maleza. Me siento en el banco de la puerta y dejo sitio para los que no están para explicarme de nuevo, una vez más, como leer la horas según donde dé la sombra a la casa, no hacen falta relojes, simplemente vivir integrado en la naturaleza, en la vida… Llamadas de mamá para ir a comer… recuerdos de domingos diferentes al lado del río que no lleva agua, secado por las insaciables bocas de la civilización…No se oye nada, se ha callado el agua, se paró el viento… los recuerdos no hacen ruido sobre la maleza seca y agostada que llena la entrada de la casa… No entro en casa, para qué, no hay nadie…Quizá si y no me he dado cuenta, están las penumbras de mis raíces, las primeras sabias que me alimentaron en los primeros brazos que me abrigaron…’

Seguir a Jesucristo es algo que hay que situar en la raíz de la vida. No se puede colocar la fe, el proyecto de vida cristiano sin situarlo en la base, en lo que alimenta nuestra vida. De ahí que ser amigo de Jesús, como me gusta llamar a ser cristiano (así me lo han enseñado los jóvenes que me acompañan), supone ser radical en la vida. Esto produce susto en muchos que te escuchan decirlo. Radical parece que es aquello que va contra todo, que no acepta propuestas de los otros, que lleva los argumentos de la vida hasta el extremo… Radical viene de raíz y seguir a Jesús, responder a su llamada, dejar las redes de lo cotidiano para vivir en libertad también en lo cotidiano, supone colocar esa experiencia en la raíz de la vida. No podemos hacer que seguir a Jesucristo dé color a nuestras hojas, o sabor a nuestros frutos, sino no lo hemos colocado en la raíz de lo que somos y hacemos. La sabia de la Buena Noticia (Jesucristo) tiene que recorrer desde la raíz cada rincón de mi ser, de lo que hago y vivo. Colorear las hojas, endulzar los frutos servirá para un momento, para un ratito… Dejarse impregnar por Él desde el fundamento, desde la raíz supondrá tronco robusto donde crecerán ramas sólidas, hojas que no moverá el viento y frutos que den sabor a la vida… lo que somos y hacemos.

Un pequeño versículo:
Yahveh desde el seno
materno me llamó;
desde las entrañas de mi madre
recordó mi nombre.
(Isaías 49, 1)


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