Refugio



Ayer (20 julio) madrugué. Así se anda mejor por la montaña. Es más sencillo subir y caminar con el fresco de la mañana. Quería subir al pico más alto de mi pueblo, por lo menos eso dicen algunos. La verdad es que está empinado, bastante empinado. Desde el pueblo es todo cuesta arriba, sin parar. No está muy lejos pero hay un trecho.

‘Una vez aquí  arriba es todo distinto, pequeño, asequible, menos importante. He subido a lo más alto de mi pueblo. He subido más veces pero hoy es especial, hoy lo he hecho por otro camino para llegar cerca del cielo. Lo he hecho desde abajo, sin ayuda, en soledad.  Veo todo allí abajo, pequeño, inmóvil, quieto… si no hubiera distancia podría cambiar las casas de lado, me caben en mi mano. Si fuera Navidad lo compararía con las figuras de un pequeño belén. Desde aquí arriba se ve la pequeña civilización como cuando nos acercamos a un nacimiento en Navidad, todo está quieto, frío, distante, cuidado, Todo parece a nuestro alcance pero al mismo tiempo no sé puede tocar… el artista, el autor del belén lo dejó así. No hay movimiento, todo está quieto. No se oyen los ruidos de la mañana, del despertar en las casas y en las calles. El sol está tapado por la nubes, le cuesta despertar. Aquí arriba hace frío, por lo menos no tanto calor como en el pueblo, como con la gente…¿Por qué colocamos a Dios siempre aquí arriba?’

Tenemos la manía de colocar a Dios siempre arriba, lejano, en lo que llamamos ‘el cielo’, y nos guste o no, cuando decimos cielo miramos hacia arriba, no vemos el final, no sé puede tocar, está lejos…. Para todos el cielo es la parte de arriba, algo lejano, inasequible. Dista miles de kilómetros de aquí. Imaginamos que Él está allí mirando este mundo como si fuera ‘su belén’. No me lo creo. Desde lo alto de la montaña he descubierto que no puede ser así. Esa imagen la tenemos que cambiar en nuestros corazones y en nuestra mente. No es así. Me niego a seguir proponiendo esa imagen de Dios lejano, distante, inasequible, frió, tapado por las nubes… Esta es la razón de la Encarnación. Dios quiso que su ‘Palabra acampará entre nosotros’, que formará parte del ruido de la gente, del despertar de la mañana y del calor de la amistad, del beso de los enamorados, de la sonrisa de un niño… del saludo de los vecinos, de la ayuda de los otros, del caminar de los cansados, de la desesperanza de los enfermos, de la conversión de los pecadores, de la espera de las madres, de los elegidos y de los no elegidos…. Nuestro Dios no es el del cielo, es el de la tierra, el de lavar el polvo de los píes del caminante, el samaritano que se agacha a recoger el herido por los golpes de esta vida… es el de aquí, el que baja del Tabor para decirnos: no soy frío, no soy distante, no estoy lejos, no me escondo… Este es el Dios de Jesús de Nazaret, nacido de María, engendrado, encarnado, hecho hombre, comprometido con los leprosos de su mundo, que camina por los márgenes de los caminos, crucificado por ser así, radical y cercano… Allí arriba hay mucho frío, demasiada distancia, una buena visión pero poco compromiso con la historia de aquí abajo…Nuestro Dios bajo del cielo, se hizo hombre… para decirnos: no miréis allá arriba, mirad la tierra, buscadme en ella… tengo sed de y con vosotros, estoy a tu lado, camino contigo…’No estáis solos yo estaré con vosotros todos los días…’ Desde arriba no se puede hacer realidad esta promesa, hay demasiada distancia…

El segundo gran encuentro de este caminar del verano es un refugio (la foto de este comentario) cerca de lo alto del monte. Un refugio de piedra seca, sencillo, sin grandes estancias… una sombra para el sol, un ‘raser’ para el viento y un techo para la lluvia… en la soledad del camino una puerta abierta a cobijarse, a dejarse abrazar por Él o escucharle en el silencio. Un verso de un salmo para este momento: ‘Tú eres mi refugio de generación en generación’.

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