Unidad de las Provincias (2)


Prometí continuar. No sé si debería pero no puedo callarme.

Una de las cosas que en la reflexión anterior señalé como necesarias para que la unidad de las provincias pueda hacerse es la de reestructurar antes las presencias. La razón es muy sencilla. De esta manera los teóricos ‘culpables’ no son los otros. En esto hay demasiado apego personal y poca reflexión desde el Evangelio y desde nuestra vida. No hablo de nadie, estoy hablando (mejor dicho escribiendo) de mi. Dentro de diez años, quizá menos no podremos mantener dignamente las tareas, responsabilidades y trabajos que hemos asumido personalmente, como comunidad, provincia u Orden. Hay que dejar, y hay que hacerlo ¡¡ya!!.

La reestructuración tiene un nombre: Cerrar presencias. No cerramos casas, cerramos presencias. La casa, su misión como lugar de evangelización continuará. Quizá este sea uno de los primeros criterios de discernimiento que tenemos que valorar. Es decir, lo que hacemos es dejar de atender pastoralmente un lugar ya que no podemos hacerlo con la dedicación, entrega y planteamiento de vida que debería hacerse. Creo que partir de esta reflexión ayudaría. Debemos analizar cómo y de qué manera estamos atendiendo pastoralmente algunas de las tareas encomendadas por la Iglesia y que ahora realizamos. Otras presencias son más nuestras y tendrían otra pregunta como punto de partida. La cuestión es si estamos manteniendo por mantener algunas presencias, y por lo tanto, están perdiendo profundidad, autenticidad o sentido. El mantenimiento se convierte en enterrar el denario. La propuesta del evangelio es hacerlo fructificar. ¿Podemos hacer fructificar el denario recibido en determinados lugares, con los que somos? Yo creo que no. Debemos ser valientes y descubrir qué denarios tenemos, para qué estamos preparados a la hora de multiplicarlos y decidir en qué lugares y con qué número de hermanos lo vamos a hacer mejor.

Un criterio para discernir es el trabajo realizado hasta ahora. Hay lugares, hay presencias, hay comunidades que son menos necesarias que otras. En determinados sitios la presencia de la comunidad ha adquirido, con el paso del tiempo, una relevancia menor. Nuestro trabajo en esos lugares se parece tanto al clero diocesano que al irnos, y el obispo mandar una sacerdote, casi ni se notaría el cambio, ni nos echarían de menos. ¿Por qué? Muy sencillo. Hemos hecho un trabajo maravilloso para la Iglesia, tan maravilloso que es ella la que se ha hecho presente en los grupos de laicos, en la dinámica pastoral, en la organización de la tarea, en la misión compartida y en la propuesta de modelo de evangelización. Nosotros hemos sido, estamos siendo, verdaderos instrumentos de Dios para este servicio. Dejar esas presencias, esos lugares… no sería gran problema. Sería algo sencillo: presentar al nuevo responsable, coordinador, animador de la comunidad eclesial y desearle lo mejor. Surge un problema: ¿qué pasa con la propiedad? Yo lo tengo muy claro: los denarios hay que dárselos (subrayado y negrita) al que nos los dio. La generosidad no debe ser cuestionada.

¿Para qué reestructurar? La razón es muy sencilla. Las presencias que se hayan elegido para continuar la tarea son aquellas en las cuales podemos vivir, sentir, realizar, anunciar y plasmar en el mundo aquello que forma parte de nuestra identidad. Para hacerlo posible necesitamos personal suficiente, testimonios suficientes, comunidades con miembros suficientes. Para vivir la fraternidad se necesitan en primer lugar hermanos. Para realizar una tarea concreta se necesitan personas cualificadas y con posibilidades reales de llevar a cabo con éxito y con la profesionalidad que se pida. La identidad se convierte en criterio de discernimiento.

Reestructurar para vivir, para crecer. Vivir con intensidad nuestra vida al poder compartir la tarea entre todos, entre más hermanos. Vivir nuestra identidad con profundidad ya que dice nuestra Regla que una de las cosas que demos tener es hermanos. Vivir con posibilidades del sosiego necesario que da una comunidad donde se comparte el trabajo para poder descansar juntos, rezar juntos, hacer silencio juntos. Crecer en identidad, en atención y acompañamiento a los que se acercan a nuestras comunidades, crecer en profundidad de vida. Perder en lugares y ganar en calidad. Creo que este es el reto mayor que tenemos ahora en este camino de posible unidad de las provincias.

Un criterio para reestructurara es elegir aquellos lugares donde nadie quiera estar. Aquellos trabajos donde a la Iglesia le sea más difícil encontrar un sustituto a nuestra presencia. Es un criterio poco valorado desde fuera, quizá nos llamen tontos, pero creo que es el más evangélico. Elegir los lugares donde ‘el otro dios’ tenga muy poco que decir, por lo menos ahora. Estos lugares, estas presencias quizá nos harán retomar la necesidad de compartir la vida, de ponernos de acuerdo, de resolver conflictos desde el Evangelio, de hacer nuevos planteamientos de vida… Algunos pueden pensar que ya lo hicieron hace tiempo y funcionó, que otra vez no que ya están cansados. Lo entiendo y lo respeto… pero ¿qué pasa con los que no lo hemos hecho nunca? ¿No tenemos derecho a acertar o a equivocarnos? Estamos en las mismas presencias, tareas, trabajos y propuestas de los años sesenta.

No es perder, es ganar. Reestructurar es ganar… además es obligado. O lo hacemos nosotros o lo hacen las circunstancias. Creo que debemos ser nosotros los que sin miedo y con valentía decidamos. Las circunstancias deben estar a nuestro servicio y debemos manipularlas y usarlas para nuestro bien, no al contrario. No deben ser ellas las que tomen las decisiones por nosotros.

Creo que todavía quedan cosas por decir. La rueda no para, sigue y sigue….

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