Manifestarse
Estos días de Navidad alguno de mis amigos han participado en la concentración (no piensen en los campos de otras épocas) y la Eucaristía para celebrar (¿celebrar?) el día de la familia. Había mucha gente en Madrid para ello. Vi un ratito por televisión (cinco minutos) justo cuando todo el mundo, mirando una pantalla inmensa de televisión, estaba esperando las palabras que Benedicto XVI, desde la ventana de su residencia, iba a dirigir a todo el pueblo de Dios con motivo del domingo de la Sagrada Familia. Justo en el momento en que iba a hablar en castellano para mencionar a todos los reunidos en Madrid se fastidió la voz. ¡¡Vaya mala suerte!! Era una imagen televisiva muy extraña, todos los concelebrantes cubiertos por su mitra se dieron la vuelta para contemplar la gran pantalla. ¿Qué era aquello que estaba viendo? ¿Se pueden hacer estos gestos en la liturgia? ¿O no era una liturgia? Entonces, ¿Por qué iban vestidos con todos los ornamentos necesarios para celebrar? ¿Por qué había un hermano (si, hermano) que ocupaba un lugar privilegiado? Creo que tengo demasiadas preguntas, todavía la rueda de molino no ha dado las suficientes vueltas a todas estas cosas para que haya un poco de harina, demasiado grano… creo que pican un poco y no quiero rascar demasiado no sea que se infecten. (Ya lo sé los granos con los que se hace la harina son de otro tipo, son de trigo ¿limpio?).
Bueno que me enrollo y no escribo lo que quería escribir. No me gustan este tipo de actos que nuestra querida Iglesia convoca. Ya lo he dicho, ahí queda eso. No es así y ahí cómo y dónde nos jugamos nuestra identidad. Creo que debemos partir de lo pequeño. La Navidad nos sugiere ese método como el camino adecuado para el cambio. Es en lo pequeño e indefenso (recién nacido, pobre y envuelto en pañales) donde los pastores (los personajes más próximos a nosotros de todos los que aparecen en los relatos de la Natividad) descubren algo grande. Algunos siguen empeñados en hacer grandes concentraciones, grandes encuentros, llenar más y más calles, más y más plazas, más y más estadios. Creo que eso nos equipara solamente a los políticos que pagan autobuses para llenar el campo de fútbol en una campaña electoral. Allí dicen lo que todos quieren escuchar y se acabó.
Creo que lo que debemos hacer los cristianos es salir del armario (no os asustéis, tranquilos). Lo proponía un artículo que leí estos días de Navidad en un confidencial de internet. Lo que me gustó es el título. Salir del armario, cuando se refiere a los homosexuales, significa que personalmente afronta su realidad, la hace pública arriesgándose a ser señalado con el dedo o marginado, a ser mirado de otra manera, lo hace ante sus amigos, ante su familia, ante la gente que lo o la conoce… no le importa lo dice y sigue su vida. Es un gesto de valentía, de honestidad con lo que vive y es. Lo hace público y todo el mundo puede reconocerle por lo que es. Ahí voy yo. Vamos a ‘salir del armario’ en nuestra condición de creyentes. No en una gran manifestación sino en un comentario con los amigos en el bar o con una manera alternativa y pública de celebrar nuestras fiestas de Navidad, o participando en un gesto solidario o una Eucaristía a deshora. Manifestemos nuestra fe sin miedo en nuestra escalera de vecinos, en nuestro barrio, con nuestros amigos, con nuestros conocidos… una fe sin grandes pantallas de televisión pero si de pequeños gestos que cambian la realidad que nos rodea. Somos pocos, estoy convencido de ello. Tenemos que actuar y proponer gestos de pequeños y de sencillos. Encarnados en la vida cotidiana de cada día. Ahí es donde no damos posibilidad a ser manipulados. Estos días leí también un artículo que me llamó la atención sobre lo que puede cambiar la vida de una persona cuando conoce a Jesucristo, el testimonio que da con su vida y su propuesta. No es fácil encontrar entre los famosos, entre las personas de cierto éxito profesional, un testimonio a favor de la Iglesia, de Jesucristo o de la importancia de tener fe en la vida. Esto supone ‘salir del armario’ en el sentido creyente del término, si lo tiene, claro.
No tengo nada contra la organización de encuentros como el de Madrid del otro día. Cada uno puede organizar lo que quiera, está en su derecho y es libre para ello. Pero me quedó una duda: ¿Quién era el protagonista de verdad de ese encuentro? ¿La familia? ¿El cardenal? ¿La Iglesia? ¿El Papa? ¿El número de obispos que asistió al acto? ¿Los muchos sacerdotes que concelebraban? ¿La cantidad de gente?... De lo poquito que vi y de algo más que leí no me quedó claro… me pareció entender que se habló mucho de lo que hacen unos que seguramente no asistieron al acto y que por lo tanto no les debió gustar mucho la organización del mismo. No les demos protagonismo, no les pongamos ‘a huevo’ el que vuelvan a ocupar sus ‘pulpitos’, que tienen más audiencia que los nuestros, para sacarnos los colores con determinadas cosas que nos avergüenzan a veces (recordar que somos pecadores) y a ellos les dan votos, simpatizantes y adeptos, que es lo que en realidad desean.
La mejor manifestación es la de la vida cotidiana, sirviendo, amando, dándose… y perdonando.
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