Bailar



Muchas veces parece que la vida nos ha atado a muchas cosas. Estamos atrofiados, no nos dejan movernos. Nos han paralizado. Entonces nos vestimos de traje y corbata, ponemos la cara seria, tenemos que mantener esa formalidad que no está escrita en ninguna parte pero que todo el mundo espera de nosotros. Somos hombres y mujeres grises, funcionarios de la pesadumbre.
Otras veces la vida nos asusta por los cambios, tanto que no nos deja salir a la calle, que nos tiene atrapados entre las cuatro paredes. Nos da miedo salir, saludar, ser reconocidos. Es mejor el retiro del sofá, del ordenador, de la excusa de la tarea por hacer o de las obligaciones propias del cargo.
En ocasiones parece que todo es una tormenta, un desastre, un huracán… las relaciones fatal, el trabajo una pesadilla, la responsabilidad una carga insoportable… Y no queremos oír hablar de otra cosa que no sea resignación, que no sea lamento, que no sea queja…

Y de repente… alguien viene, pone un poco de música, deja su sonrisa en la tuya y te contagia, hace que se comiencen a mover los pies y las manos, que por más que digamos ‘no’ él o ella dice ahora, dice pronto, dice ‘si’. Es el momento del baile, de la risa, del cambio, de lo nuevo, de lo posible, de la ruptura, del sol, de la luz, de la vida que se mueve… Es el momento del nosotros que rompe cualquier yo aturdido, oscuro o escondido. Solo hay que escuchar la música del otro, dejar que esa alegría contagiosa se convierta en melodía de vida compartida y posible… Si no sé bailar con los pies lo haré con los ojos, o con el pensamiento, pero bailar, bailar sin descanso para convertir la vida en sabrosa como la salsa, en dulce como el merengue, en fiesta como el pasodoble, en pareja abrazada como los boleros…
Moverse, bailar, llenarse de novedad y vida… el reto de cada día para corazones atrofiados por las tormentas de oscuridad, que aunque pasajeras, parecen eternas.
Sal a la calle, abre tus oídos, escucha la música, mueve tus pies, que el corazón comience a latir.  


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