Desvívete



Vivo sin vivir en mí,
y tan alta vida espero,
que muero porque no muero.
(Santa Teresa de Jesús)


Al acercarme a la Semana Santa y la Pascua este año quiero hacerlo con estos versos de Santa Teresa ya que estamos celebrando en la Familia Carmelita, especialmente en la Orden Carmelita Descalza, los 500 años del nacimiento de la ‘andariega’ santa abulense.

Vivir y morir son parte de la condición humana. Morir desde el nacimiento, vivir para morir y darse, morir deshaciéndose en los otros, vivir plenamente en el negarse a sí mismo… Morir y vivir, verbos que caminan de la mano en nuestra condición de hombres y mujeres. Morir es lejanía de Dios. Vivir es plenitud en la entrega y cercanía de hacerlo al lado de los otros, al lado de los que sufren, de los que luchan, de los que caen… muriendo con ellos en su dolor voy viviendo intensamente. Vivo al morir cada día para los otros, dándome sin medida, sin reservas. Es la pasión en y por los otros lo que nos hará vivir con intensidad, será al mismo tiempo la pasión que nos irá haciendo morir poco a poco pero con la satisfacción de la entrega. Morir es tenerle lejos, vivir es estar con Él. Vivir es morir como Él muere desviviéndose, de una manera apasionada por la condición humana, por el hombre que sufre. Morir es vivir vacío y lejos de lo mucho que Él nos da, nos pide… Sólo en su encuentro vivo, sólo en su ausencia muero viviendo sin ningún sentido. En el morir por el otro me encuentro con el vivo y resucitado. 'Para mi la vida es Cristo y morir una ganancia' (Filipenses 1, 21)

La Semana Santa es la culminación de la vida de Jesús, vida en la que se desvivió día a día en los caminos de la Palestina de su tiempo. El sello definitivo a un desvivirse que comenzó en las noches frías de Belén, el desvivirse por la humanidad del Hijo de Dios. Es la cima de la entrega y la respuesta total y radical a la voluntad de Dios por parte del que toma la condición de siervo y  que recibe la mayor de las respuestas de un Padre, ‘con las entrañas de misericordia’ como verdadera Madre que no puede dejar a su Hijo sin aquello que le define: Dios de la Vida. No hay Semana Santa y Pascua sin la referencia a toda la vida de Jesús por los caminos de Galilea. Su mirada es una mirada que hace que vaya muriendo poco a poco con el leproso que encuentra al margen del camino o el gesto enojado ante los fariseos, que hace que su vida se vaya rasgando, al perdonar los pecados de un tullido que le llega por el techo de su casa, se desvive por él al perdonarle y al pedirle que se ponga de píe, cargue con su camilla y regrese a su casa. Su desvivirse convierte el perdón en hacer al hombre caminar erguido, como hijo, lleno de dignidad.  
Jesús se va desgastando y desviviendo por cada hombre y mujer que encuentra en el camino de su vida. Una tarde en una plaza rodeado de gente nota que alguien le ha tocado. Está rodeado y siente que alguien le está pidiendo vida, necesita de su palabra para vivir. Quiere saber quien le ha tocado para quedar sanado. Es una mujer… la mira con pasión, con compasión y se desvive por ella ofreciéndole la vida que Él tiene para que ella viva. Anticipo de la Cruz donde asumirá las cruces del sufrimiento y el dolor de todos los que nos acercamos a Él. No hay medias tintas en vivir desviviéndose, hoy es en un camino, mañana en la tumba de un amigo, un poco más adelante se desvive por la casa de su Padre, que ‘hemos convertido en casa de mercaderes’.

Desvivirse por los otros que sufren, es vivir apasionadamente el encuentro con ellos y no reservarse nada de lo que llevamos dentro, de lo que somos. Jesús se desvive por los pecadores, los busca, los acoge, se deja lavar los píes por ellos, habla de ellos como hijos que regresan, se sienta en su mesa, pide ser acogido en sus casas… ha venido a ‘desvivirse’ por los que están lejos, no descansa hasta que los encuentra, los pone en sus hombros, carga con ellos y les da calor, como un buen pastor que da la vida por sus ovejas. No hay descanso en su pasión y compasión por el hombre, es un desvivirse continuo.
La última cena será expresión de esa entrega, quiere quedarse, quiere hacerse presente en medio de todos aquellos que parten su pan con el hambriento, que se desviven por los que sufren. Sienta a su amigos, los llama a compartir mesa y mantel para que descubran que hacer memoria de Él es partirse y desvivirse, deshacerse, por el hermano. Así se hará presente en medio de ellos, lavando los píes al otro, agachándose, desviviéndose por el bienestar de los que últimos.
El Viernes Santo es el desvivirse en totalidad. Su vida, su Reino, su todo… no es del Sanedrín, ni del gobernador… es de Dios y como tal responde con lo que es y tiene, la vida. Aquel desvivirse por los cinco mil que no tenían que comer y le llevó multiplicar lo que eran y tenían, su desvivirse para que en Caná la boda terminara con el mejor de los vinos… ya tiene colofón, es la entrega generosa, total, gratuita de todo lo que es, un hombre que da la vida sin bajarse ni un momento del proyecto que Dios tiene para la humanidad, el proyecto de un mundo más justo, más fraterno. Es esto lo que lleva al patíbulo… si se retracta vive, pero decide seguir y responder desviviéndose para que todos vivan ese maravilloso proyecto que es la condición de hijos de Dios.

La mañana del sábado los que se desviven son los que habían salido de sus casas en Galilea y están desperdigados por las calles de Jerusalén. Es un desvivirse diferente y poco generoso, más para conservar que para dar. Escondidos para no ser reconocidos o empezando a volver a casa preparando excusas para justificarse. Se están desviviendo por el fracaso, un desvivirse estéril que solo conduce a la ansiedad y la tristeza. Porqués sin respuesta, fracasos por intenciones equivocadas… Pero alguien se está desviviendo por ellos todavía, es María, la Madre del Señor, que los busca, los anima y los ha hecho hijos después de ver y oír a su Hijo en la Cruz. Empieza a desvivirse y a ser referencia de encuentro, de ánimo y de esperanza a pesar del dolor de madre por la perdida, con la esperanza firme por la mirada de su Hijo y la entrega de aquel discípulo tan querido por el Maestro.

La mañana del tercer día se llena de vida… una luz guía a las mujeres que quieren desvivirse por el cuerpo sin vida que no van a encontrar… y termina en una carrera, en un desvivirse por anunciar que el sepulcro está vacío, que han visto al Señor, que les ha anunciado que es en la vida, en la Galilea de cada día donde tienen que desvivirse por encontrarle, por anunciarle. Mujeres madrugadoras para el encuentro, despiertas que saben mirar de otra manera, desde el corazón y que al escuchar su nombre se ruborizan por el mucho amor que reciben.

La pasión es un continuo desvivirse por el hombre de aquel que siendo de condición divina (Flp 2, 6), se despojó de su rango, se hizo de tantos… y se desvivió por todos los hombres y mujeres de este mundo. No se reservó nada de su vida para Él, se entregó a la Cruz para abrir los brazos en un último abrazo de entrega total, desviviéndose para la salvación de la humanidad. Ahí escucha y recibe la exaltación de Dios para que ante Él toda rodilla se doble y lo proclame Señor. Es arrodillándose, desviviéndose por y con los otros como respondemos cada día a la entrega generosa del Hijo de Dios, a la exaltación que el Padre hace de Él.

Desvivirse es morir por y con el otro, es morir para que el otro vida. Vivir intensamente la Semana Santa y la Pascua es hacer Memorial de aquel que se desvivió por nosotros para que nosotros tengamos vida en abundancia y podamos desvivirnos también por los demás cada día. ¡¡Vive este Misterio desviviéndote!!

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