Su presencia


Todos tenemos muchas personas que son cercanas a nosotros, sin las cuales nuestro proyecto de vida no tendría sentido. Somos lo que somos por ellas. Personas que forman parte de nuestro ser, de nuestra identidad y de la historia que vivimos. Ellas han sido determinantes por sus propuestas, por sus gestos o por su manera de entender la vida. Los “otros”, que han ocupado u ocupan un lugar en nuestro corazón y en nuestro proyecto de vida, que hacen que vivir así, aquí y ahora adquiera una posible razón, explicación o sentido. Los hombres y mujeres de este mundo no somos islas, es en los otros y con ellos como delimitamos nuestro ser y crecemos en identidad. Nuestra felicidad depende de la felicidad de los otros.
En ocasiones la presencia de las personas que queremos no es palpable, no están aquí a nuestro lado para ser abrazadas, consultadas y escuchadas. Incluso algunas de estas personas ya han muerto o están lejos para que puedan incidir directamente en lo que hago y decido. Esta distancia temporal, en algún caso infranqueable, no impide que nos guíen, determinen o ayuden a ser. Otras muchas están a nuestro lado y con ellas podemos encontrarnos en lo cotidiano para seguir creciendo juntos, dando y recibiendo, sintiendo y amando. Juntos, y sólo juntos, podemos ser lo que somos y desarrollar aquello, que como don de Dios, hemos recibido para transformar el mundo y construir el Reino de Dios.
María, la Madre del Señor, vivió así al lado de su Hijo Jesús. Dice la Escritura que Jesús iba creciendo… junto a su familia, junto a María su Madre. Ella presente a su lado, próxima, cercana, compartía todo con su Hijo. El joven buscador que estaba en casa, el niño que se pierde en el templo, el aventurero que hace cosas incomprensibles, el que predica en su pueblo y no es entendido, el profeta que reivindica un sitio, el maestro que propone una gran novedad….Al lado, siempre al lado, María. ¿Cuánto de María descubrimos en la humanidad de Jesús? Nunca lo sabremos, nunca podremos averiguar que gestos de Jesús son los que María enseñó, mostró y ayudó a discernir como gestos que podrían ser señales y huellas de encarnación. Quizá la manera de mirar a una mujer que con flujos de sangre y una fe ‘como para mover montañas’ toca el manto de Jesús entre la muchedumbre. Tal vez el gesto repetido de tocar a todos aquellos que sufren, que está al borde del camino o fuera de la ciudad, de lo establecido: no bastaba la mirada, había que tocar. Tiene mucho de madre, de entrañas de misericordia, la manera en que Jesús despide a la pecadora después que todos los que iban a apedrearla desaparecieran, cuántas veces nuestras madres nos han dicho: no lo hagas más. Es gesto de madre, gesto de entrega, el silencio ante el Sanedrín, ante Pilato, ante el gran precipicio de la historia para salvar y darse por cada hombre y mujer de este mundo, silencio de entrega que tantas madres de este mundo tienen con sus hijos… Muchos gestos podríamos descubrir en la vida de Jesús que pudieran ser reflejo y señal de los que aprendió, sintió y gozó de su Madre, la Virgen.
También nosotros, carmelitas, Hermanos de la Virgen María del Monte Carmelo tenemos a María entre aquellos que de una manera determinante nos ayudan a ser lo que somos. María, la Madre del Señor, se convierte en compañera de camino para religiosos, laicos, religiosas, creyentes, no creyentes… hombres y mujeres que estos días de julio se acercan a la advocación de la Virgen del Carmen. Son días de novenas, de rosarios, de Escapulario, de procesiones, de flores, de cantos… Días de alegría por la presencia, el manto protector y la compañía de María, de la Virgen del Carmen. Pero no debemos olvidar que de ella, de la Señora del lugar, la Señora del corazón, debemos recuperar los gestos que mostró a su Hijo Jesús y que muchos intuimos por los que Él hizo. El carmelita en cualquier estado de vida debe gozar de la presencia cercana, próxima y presente de la Virgen María. Sus gestos se convierten así en criterio de discernimiento y vida para todos nosotros. Tocar y aproximarse a los enfermos, a los que sufren, a los que se quedan sin casa, a los que viven ‘al margen’. Perdonar y llenar de misericordia una sociedad enfrentada, individualista, egoísta… Entregarse con la humildad, el silencio, la falta de protagonismo que María y Jesús nos muestran. Y un último gesto de Jesús que habla de la fuerza de la defensa de la justicia, de la denuncia de lo injusto. Un hombre enamorado de los valores eternos, de la dignidad del hombre, del Dios verdadero que es capaz de ‘sacar el látigo’ por defenderlos. El carmelita debe hacerse presente también con gestos de compromiso, radicalidad y firmeza en la defensa del Dios del amor, de la generosidad, de la libertad frente al dios-negocio, al dios egoísta y del poseer a cualquier precio que reduce la dignidad del hombre y su condición a mero cliente. Los mil gestos de devoción de estos días deben ser acicate para estos otros que transforman el mundo y construyen Reino de Dios cada día.
Estos son gestos aprendidos de alguien especial, de la que su presencia no podemos olvidar… aunque no esté al lado, aunque nos cueste tocarla, aunque parezca que no está aquí, aunque no la sintamos… María, la Madre del Señor.  María para esta Familia del Carmelo, es referencia donde mirar, aprender y discernir en el camino de nuestra vida. De todas esas personas que a lo largo de la vida han influido e influyen en lo que somos, Ella se convierte para el creyente, y para el carmelita en particular, en presencia verdadera en los gestos de cada día.

Felices Fiestas del Carmen a todos. 

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