Un amigo

(Es un texto de una homilía que preparé y nunca pronuncié)

Recuerdo cuando era niño que se iba la luz de las casas. Era de repente, no sabíamos nada y nos quedábamos a oscuras. Se vía un poco la lumbre en la estufa si era invierno. Nos quedábamos quietos, no sabíamos qué hacer. Quizá algún niño pequeño tuviera miedo, quizá alguno de los mayores decía una palabra de sosiego y de tranquilidad. Nadie se movía, no sabíamos qué hacer. Había que esperar un poco, había que dar tiempo a que volviera la luz. Siempre había alguien que buscaba una vela, una botella donde ponerla y comenzábamos de nuevo a vernos las caras. La luz todavía no había vuelto pero el miedo, la soledad y las preguntas se iban calmando en nuestro interior. No estábamos solos, estábamos juntos y eso hacía que la oscuridad fuera menos angustiosa, aunque todavía no se había recuperado la luz. 

La muerte de mi amigo ha sido para todos ese apagón tremendo en la vida, inesperado y que nos ha llenado de temor, de angustia, de no saber ni qué decir ni qué hacer, de profundo dolor. Especialmente para su familia, para su esposa, para sus hijas. La vida nos ha dejado paralizados porque sin saberlo nos ha dejado… respiramos pero la vida se ha ido. Mi amigo era vida para todos los que le hemos conocido. Proyectos, ánimo, hacer, emprender, colaborar, luchar, buscar rincones y momentos para disfrutar de la vida… y en esa vida él ponía la alegría, la amistad, la compañía. Siempre dispuesto a echar una mano y levantarte el ánimo. Mi amigo era vida, yo así lo pude disfrutar muchas veces… quizá menos de las que debí hacerlo, menos de las que él me necesitó. 

En medio de toda esta oscuridad. ¿Quién puede poner una luz para quitar nuestro miedo? ¿Dónde encontrar la luz que nos haga recuperar la vida que se nos fue de repente? ¿Dónde están las velas para volver a levantar la cabeza y seguir viviendo? ‘Yo soy la luz del mundo’ dice el Señor. Los que somos creyentes lo sabemos bien, en muchos momentos de soledad y angustia, de sequedad y soledad… Él ha sido quien ha ido poniendo un poco de luz, de esperanza, de vida que continúa aunque ya nunca será igual. Nuestra fe, estamos aquí porque queremos renovarla hoy en la dificultad y la amargura que nos llena, nos ofrece una pequeña candela. Nuestro Dios es el Dios de la vida, el que ha vencido la muerte y nos espera siempre. Esta pequeña candela de la fe en la resurrección tiene que ser la verdadera esperanza para todos nosotros, para poder levantar la cabeza, para seguir llenando de sentido la vida, aunque parezca que hoy lo hemos perdido. 

Cuantas más velas más luz para que la oscuridad desaparezca. Tenemos que ser luz para los que más oscuridad tienen, compañía para los que más solos se encuentran, apoyo para los que les cuesta levantarse en esta ‘noche oscura’ en que se encuentran. La Luz de Cristo no tiene otras candelas que nosotros, no tiene otras velas que nuestra cercanía, apoyo y disponibilidad. No podemos devolver la vida a mi amigo, nos gustaría tanto hacerlo. Pero si podemos vivir con su familia intensamente hoy sus lágrimas y su dolor, mañana el día a día que lo hará presente sin estar, en cada encuentro con ellos un recuerdo pero también un deseo de levantarse y un ofrecimiento de apoyo… Esa Luz en la que creo, y muchos de nosotros creemos, necesita grietas para hacerse presente en medio de tanta oscuridad, esas grietas somos nosotros. Estamos llamados a ser hombres y mujeres de esperanza. Estamos llamados a ser grietas de esperanza para su familia. La verdadera Luz que llena de claridad nos necesita a todos nosotros para hacerse presente. 

Al morir alguien que quieres se llena el corazón y la cabeza de reproches a Dios por este ‘apagón’... enfadarse con alguien, al que quieres y que te quiere, forma parte también de la relación con Él. Estoy enfadado con Él y le pregunto ¿Por qué?... Después viendo la realidad dura e inamovible, vuelvo a dirigirme a Él y doy gracias por lo vivido con con mi amigo, por su sonrisa, por su optimismo y por las veces que me enseñó a luchar, por los sueños que compartió conmigo, por los momentos en que compartimos las ganas de vivir… las que él nos transmitía en cada encuentro, en cada conversación, en cada abrazo. 



Duelo


Las lágrimas son parte del abrazo

No temas llorar, ni añorar.

No reprimas el duelo ni disfraces la ausencia.

Solo intenta creer, también hoy,

que la último palabra la tiene la Vida,

aunque ahora duela.

La memoria

que a ratos escuece,

se teñirá de gratitud

cuando el dolor se aquiete

gratitud por su vida, por su presencia, por su huella.

Pero no tengas prisa, no quieras forzar el tiempo,

que todos necesitamos espacio para el duelo

Llegará un día de resurrección, en que todo estará bien. 

ahora nos queda el amor, 

al que ni la muerte puede silenciar. 

(José Marí Roguíguez Olaizola, pág  234 de ‘Cuando llegas’)


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