Manos y corazones

Mesa compartida

Han sido unos días intensos. Unos días de encuentro, de amistad y de vida. El Campo de Trabajo JuCar siempre es una posibilidad de buscar a Dios con las herramientas que el carisma carmelita nos ofrece: fraternidad, oración y servicio. Nos convoca el servicio y nosotros le ponemos mucho de oración, de fraternidad y de voluntad de pasar unos días inolvidables en lo afectivo, en la experiencia y en la fe.
Este año un versículo de Deuteronomio nos convocaba: ‘no endurecerás tu corazón ni cerrarás tu mano la hermano pobre’. Manos y corazones abiertos para atender, acoger y acompañar a los otros, los que viven a mi lado, los que vienen a buscar un plato de comida, los que viven acogidos en una casa que no es suya, los que quieren romper las cadenas que les atan y no les dejan ser lo que son.

Corazones que se encuentran

Pero el gran lugar de experiencia de este año ha sido la comunidad, la vida en la casa, la vida juntos… Manos a la hora para fregar, para consolar, para recoger, para preparar la mesa más maravillosa y acogedora el día de la barbacoa, manos para limpiar baños, manos para abrazar, para rezar, para…. Manos para el otro, para caminar junto a los otros, para que no se sientan solos. Manos para pintar, para poner la mesa, para quitarla, para hacer una cena o preparar un desayuno, para cargar cajas de fruta que habrá que tirar porque está pasada o podrida, manos que cortan pan, manos que saludan, manos que ofrecen lo que tienen en la Eucaristía, manos que saludan al marchar, manos que se tapan las lágrimas, manos que acarician al compañero por la mañana, manos para jugar a las cartas y hacer una escenografía al cantar las cuarenta, manos que pintan máscaras, manos que en un trozo de madera dibujan el escudo de la Orden, manos abiertas a regalos inesperados… Manos abiertas para el otro, con los dedos abiertos para entrelazarlas bien y cantar un padrenuestro que hace retumbar los muros del comedor social, saltar lágrimas, poner los pelos como escarpias… Manos que construyen fraternidad, manos que nunca se le niegan al hermano, ni al pobre, ni al rico, ni al de lejos ni al cercano, manos fraternas y abiertas al que viene borracho o sereno, que acogen al que huele mal, al que no se ha duchado, al que pasaba por la puerta y baja a tomar un café y charlar un poco… Manos que dejan de ser tuyas para que sea el otro quien las llene, disfrute y acaricie.
Miradas, palabras, escucha... manos que hablan
¿Qué es primero la mano o el corazón? Todo junto. No hay mano tendida, mano amiga, mano abierta sin corazón agradecido, esponjoso, sensible, de carne, acogedor y dador de cobijo, cariño o compañía… El corazón se fue emblandeciendo conforme me facilitaban la vida en la casa con un detalle, una sonrisa, una escucha activa, una opinión razonada, un compartir sentido, una risa, un baile improvisado en las calles de la ciudad con la música de un artista callejero… Un corazón que latía con fuerza al levantarse, al preparar con esmero y cuidado el desayuno esperado, que generosamente rompía cualquier resorte que ataba a la silla cuando faltaba algo en la mesa, corazón que se rompía ante un testimonio rasgador en Miralbueno o en la comunidad al final del día. Enternecía el corazón la sinceridad de un acompañamiento o la profundidad de un compartir a la luz de la luna llena más maravillosa de la historia de los Campos de Trabajo o se estremecía con un escalofrío del cierzo refrescante de agosto. Un corazón que bombeaba rápido al acostarse con el deseo de hacer disfrutar a los niños la mañana siguiente en la piscina. Corazones siempre medio llenos de sentimientos y pensamientos que hacían ver a los demás el mundo, la realidad y la vida medio llena o rebosante de posibilidades de felicidad. Un corazón arrepentido y sentido que abraza después de una pequeña discrepancia, de un olvido, de una palabra mal dicha, de una broma sobrepasada… Un corazón tierno para el otro que no llega, que no puede, que no ha comprendido… Corazones que se dejan moldear por la Palabra de Dios cada mañana, bendecidos, con miradas nuevas, amorosamente tratados por el Señor, con pensamientos nuevos, con herencias compartidas… Corazones con ojos que sonríen y labios que miran y tratan con cariño a todo aquel que vive conmigo, que llega a mi casa, que encuentro en la calle…
Comienza el día... preparados para escucharte, Señor
Manos y corazones, corazones y manos… abiertos, acogedores, tiernos, que acarician, que guardan nombres y señales para siempre de Buena Noticia y de Evangelio para repartir y dar en cada uno de los rincones de nuestro ‘parque cotidiano de la vida de cada día’ donde los otros, los cercanos y lejanos, los amigos y desconocidos, la familia y los vecinos se encuentran con nosotros.

Gracias muchachos… aquí estoy, invertid vuestros días, horas, manos y corazón en una vida que se da para recibir la felicidad del otro, así hará posible la vuestra.
Nuestro parque lleno de color, de manos y corazones agradecidos...
 y en centro TÚ Y ELLA

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