María


…Cambiaría tanto el mundo si fuésemos capaces de mirar lo importante con los ojos de los otros y tener la empatía suficiente para ponerse en el sitio de los otros…
María, la Madre del Señor, la tiene. Mira la cara de los novios de Caná y se va en busca de su Hijo… una mirada que se mueve desde la necesidad hacia Jesús con un solo golpe de ojos.  La Pasión, el Misterio del ‘Nombre sobre todo nombre’ rebajado y viviendo lo más profundo de la condición humana, el Dios que se entrega generosamente, tuvo una espectadora privilegiada por el lugar que ocupaba y por la manera de mirarle: María.
Saber mirar es fijarse en aquello que puede dejar cicatriz en el corazón, el detalle inolvidable que producirá un recuerdo imborrable. Para este mirar especial y único es necesario educar la mirada, tarea permanente en la vida del hombre. Educar la dirección dónde mirar, la interioridad con que fijarla, la profundidad con que enfocar, el sentimiento con el que responder con los ojos… Hay miradas que abrazan y miradas que arañan, miradas que acarician y miradas que hielan…
María acompaña al que mejor ha mirado al hombre en la historia, al que ha tenido ojos para todo aquel que nadie mira. María ha tenido el mejor maestro para educar su mirada. Él, el nacido de lo alto que se rebajó hasta la condición humana y la miró de tal manera que se identificó plenamente con ella, ha sido el maestro de esa mujer y madre que le acompaña en el momento crucial de su historia y la nuestra. Una mirada educada y acostumbrada desde antes del nacimiento de Jesús a ‘guardar todo en el corazón’.
¿Cómo miró María esos días de dolor de sufrimiento a su Hijo? María que se siente mirada por Dios, una mirada que la transforma, que llena su vida para siempre y la hace sentir pequeña, y al mismo tiempo acogida y completada en su humildad, también es capaz de mirar de una manera especial esos últimos días de su Hijo. María mira y se deja mirar por Dios en los acontecimientos de su historia y la de su Hijo.
Miró como Madre el dolor humano de lo que más quería en este mundo, del fruto de sus entrañas, de aquel al que había servido y por el que estaba dispuesta a dar la vida. Miró hasta sentir que ‘una espada le atravesaba el corazón’ como había oído una mañana en el templo de Jerusalén. Ahora su mirada le llenaba el corazón del dolor de la daga, de la ira, de la barbarie humana. Miró y aguantó la mirada en los ojos de un hombre agotado, entregado, que no podía con el peso de la injusticia de este mundo, su Hijo. Le miró con la mayor ternura materna imaginable al mismo tiempo que deseaba secar el sudor que llenaba el rostro de Jesús al cargar el peso de la humanidad hecho madero y cruz.
Una mirada de Madre tiene siempre un mucho de ternura que conmueve al hijo que la percibe y una pregunta, un porqué, que quiere ayudar y acompañar el siguiente paso de la historia del fruto de sus entrañas. La mirada de María aquellos días en Jerusalén sigue vigente hoy. Ternura es un ‘te quiero’ que ilumina los rincones del corazón partido por la soledad y el porqué es un grito atronador ante el sufrimiento del inocente. Una mirada de Madre que es un grito en la historia de la injusticia humana que mata, denigra, cierra puertas y fronteras con cualquier medio, con cuchillas afiladas que rasgan la piel del último o dispara y crucifica indiscriminadamente, sin juicios justos y sin mirar el corazón humano que bombardea dignidad a su alrededor y no es percibido…
Hay también una mirada de mujer que desde el único plano que le deja la sociedad, un plano de secundaria, acompaña el drama de un ser humano roto, maltratado, desecho de los hombres, varón de dolores. Mujer entregada y acompañada por otras como ella en las que puede y debe apoyarse. Es la mujer que sigue creyendo en la transformación del mundo desde su papel de pequeña, relegada y no considerada, que sigue fijando sus ojos en aquel a quien ama con locura, en el que sufre a su lado. Por ser mujer es capaz de mirar mejor, sentir más y responder con más fuerza y entrega. Mujeres que siguen mirando a compañeras maltratadas y azotadas por hombres injustos, a mujeres vendidas como objetos de usar, usar, usar y tirar. Mujeres que saben mirar la injusticia como  propia y que solo apoyadas una en otra, consiguen remitirla y salir a la calle a luchar. María, mujer de su tiempo, también miró así a su Hijo golpeado, insultado, crucificado. María tiene una mirada educada por su Hijo en el perdón, la misericordia, la acogida y la fidelidad. María perdona al soldado que traspasa  el costado de Jesús, mira con misericordia a los discípulos escondidos y perdidos, asustados y renegados. Una mirada de misericordia que sigue mirando la indiferencia de este mundo para cambiarla y proponer más implicación y compromiso. No podemos llenar de normalidad la indiferencia ante el abandono de lo humano ya que terminaremos por calificarla y entenderla como habitual, mal menor o imposible que hay que aceptar. La mirada de María es de mujer que acoge, que deja sitio para cualquier sugerencia del Hijo. María escucha y acoge a un discípulo roto por el dolor, el sufrimiento, la incomprensión. ¡¡¡Cuántas mujeres acogen hoy en día a los desposeídos de este mundo!!! Mujeres que ponen un plato de arroz al niño descalzo de la casa de al lado… Crucificados del mundo que buscan en mujeres haldas que saben como nadie arropar huérfanos, hambrientos y solos que este mundo abandona.

La mirada educada para llegar al corazón del que sufre, es la mirada que puede ver más allá la luz de la salvación que se ofrece y regala. Mirada y propuesta de esperanza, horizonte y futuro para el que sufre. Mirada de María. Será esa mirada de Madre, mujer, compañera, una mirada entregada y vaciada para su Hijo la que saboree la esperanza de un imposible que se hará realidad ante tanto sufrimiento, ante tanto dolor, ante tanta muerte. Esa mirada educada y formada en la promesa de ‘para Dios nada hay imposible’ le hará ver la luz de la resurrección antes que amanezca el día de los días, la mañana de luz recién amanecida. Anticipando la alegría de la mañana alegre que nos hable de Él. Gloria, luz, alegría… anticipada y hecha esperanza en el corazón de una mujer que se supo un día mirada por la ‘grandeza del Señor’ en su pequeñez y aprendió a mirar desde y con los de abajo. Un corazón que ha ido guardando y encajando cada acontecimiento y cada cosa. La mirada que pasea sus pupilas por cada gesto y detalle camino del Calvario. Mujer que nos muestra que el alma rota también es capaz de ver a Dios en la profunda humanidad del sufrimiento humano.  María al píe de la historia para con esperanza, desde el dolor de la perdida, creer en el futuro de la vida, el hombre nuevo y la humanidad redimida… De nuevo repitió una y otra vez aquello que la marco para siempre: ‘aquí está la esclava del Señor, hágase en mi según tu Palabra’. 

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