Comensalidad



En la mitad de la Semana Santa se sitúa la mesa de la Última Cena. En aquella mesa, en aquella cena, se abrió la puerta a los tres últimos días de la vida de Jesús. De esa mesa, compartida con los suyos, se pasó, con mucho sufrimiento y dolor, a la Cruz donde la vida se entrega por cada hombre y mujer de este mundo.


La mesa del Jueves Santo es una mesa alargada en espacio y tiempo. Una mesa donde todos tienen sitio, una mesa que todavía se prepara cada día para partir el Pan de la vida. Jesús tenía deseos de ‘comer la Pascua con sus amigos’, la preparan con esmero, buscan un sitio, no dejan fuera de la mesa a nadie, ni al que lo iba a entregar. Fue una cena única y especial. En ella se sigue el rito de la cena de pascua que todos ellos sabían desde niños, pero esa noche se llena de otra profundidad, de otras miradas, de otra intensidad. Aquel pan que se parte y comparte será un alimento distinto. Es Jesús quien lo da mirando a los ojos de los que llenan el cenáculo, es Pan de Vida. El vino sabe diferente, es más sabroso cuando es el Señor quien lo sirve, quien con delicadeza pone un poco en la copa de cada uno, es Bebida de Salvación. Es el comienzo de la noche santa, del viernes santo, del calvario. Tiene continuidad. 


¿Qué tiene esa mesa que anticipó y precipitó  la entrega de la vida y supone para nosotros la presencia real del Señor en el Sacramento de la Eucaristía? Aquella cena que tiene continuidad hoy, ahora y siempre es pura comensalidad, es decir, la necesidad de comer juntos, de comer con otros, de abrir su historia a toda la humanidad. La mesa se llena de vida cuando es así, cuando es con otros con los que compartimos los alimentos. Compartir historias, bienes, tiempo, cariño. Cuando es el servicio, como hace Jesús al comienzo de la misma, lo que une y convoca. Esta imagen de la mesa es intercultural y universal, como la mesa de Jesús lo fue y lo es siempre. Aquella mesa, anunciada muchas veces en la vida de Jesús cuando comía con pecadores, con publicanos y fariseos, es una mesa abierta, donde hay sitio para todos. Judas asiste a la mesa, es él quien la abandona, no es Jesús quien lo echa. 


En la mesa del Jueves Santo se parte el Pan, para que llegue a todos, para que nadie se quede sin él. Está anticipando la entrega total de la vida para todos los hombres y mujeres de este mundo en la Cruz que será donde se parta y entregue plenamente y de forma definitiva para todos nosotros. La manera como comenzó, agachándose y sirviendo, anticipaba y mostraba el camino de la entrega de la vida en la Cruz. Aquella noche en la mesa se comparte la vida, están juntos, no quieren separarse, se encuentran a gusto con Él. Luego será la división, la huída, la negación, la pérdida… pero se selló una Alianza de unidad para siempre. 


La comensalidad, comer juntos, es clave para entender la Semana Santa. Todos tenemos sitio en esa mesa, todos estamos invitados, todos estamos en su corazón, para todos hay Pan y Vino, con todos es con los que se realiza la Alianza definitiva de Dios con nosotros. con Él subimos todos al huerto de los olivos, con Él somos llevados al Sanedrín, en su Cruz estamos todos camino del calvario y es para todos el abrazo y el perdón que recibimos después de estar clavado en la Cruz. Estamos llamados, los que celebramos todavía esa cena, a generar comensalidad, presencia de los otros y a dejar sitio para todos en ella. El anfitrión sigue siendo el Señor, no hay otro. Nosotros, todos nosotros, estamos invitados a la misma. De esa mesa saldremos con Él cada día al getsemaní y a los calvarios cotidianos, pero lo hacemos con Él. 


La pascua memoria del pueblo en Egipto, lo que se celebraba aquella noche, es un camino de liberación, de dejar atrás las esclavitud, de comenzar un proyecto de profunda confianza en Dios. Aquellos israelitas esclavos señalaron el dintel de su puerta para que pasará de largo la muerte. En la mesa de Jueves Santo, comiendo con otros, invitados por Él, se convierte en celebración de liberación, de comer con Él para que pase de largo la muerte de nuestra vida, para renovar la fe en la resurrección, para confiar plenamente en Él en el camino de la vida. Es una cena de liberación, de poner nuestra vida en sus manos, donde ‘señalamos’ nuestra vida con su sangre para que sea la resurrección y la vida lo que nos llene de esperanza y luz cada día. 


Es con otros, no es solos como la mesa se llena de vida, como se convierte en comensalidad que libera, sana y envía. La comensalidad nos ayuda a acercarnos y comprender a Dios, el que prepara una mesa para nosotros y todos, el que nos invita a sentarnos con Él, para gustar juntos del pan, la paz y la palabra. Es con otros y en comunidad como estamos llamados a vivir la Semana Santa.


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