Mucha lluvia.
Estaba lloviendo
mucho, caía sin parar, agua y más agua… No había manera de parar la lluvia.
Comenzaron los rayos, los truenos… al salir de casa estaba el mar. Agua por
todas partes. La calle era un río, el agua saltaba las aceras, parecía que
necesitaríamos las barcas de una escuela de vela que había enfrente de nuestro
albergue para salir de allí. Todo el mundo estaba pertrechado de su paraguas,
de su chubasquero, de un poco de ropa de abrigo… algunos, los más previsores,
había traído las botas de agua… las compartieron con los más pequeños. ¡¡Nos
vamos a mojar!! Litros y litros de agua. Algunos padres llamaban para preguntar
cómo llevábamos la tormenta, el agua… ‘Tranquilidad
el albergue está muy bien. Está todo perfecto. No hay problema, los niños y los
adolescentes están bien’, respondíamos. Ellos seguían preguntando: ‘Pero ¿os habéis mojado?’. Uno de los
monitores dijo: ‘pues claro, hemos venido a eso a empaparnos y no dejamos de
hacerlo’.

Quiero bailar mojado, empapado de ti, Señor.
Quiero bailar para que rían, gocen y canten.
Bailar sin descanso para que no se duerman.
Una paso armonioso con el hermano, contigo y
con el mundo.
Compases de justicia, y ritmo de paz.
Mojado de ti para empapar el mundo.
Pon tú la música Señor, me dejaré mover por
ella.
Que gozo ver caer la lluvia y dejarse
empapar de ti.
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