Tiempo de misión


La Pascua, la Ascensión, Pentecostés son fiestas en las cuales nos damos cuenta que el sentido de lo que hemos celebrado en ellas, la presencia del Señor resucitado, vivo en medio del mundo, como Señor de lo que hacemos y somos, nos lleva a plantearnos la responsabilidad que tenemos de ser hombres y mujeres de misión. El envío de los discípulos, ‘id y anunciad’; la propuesta de ser testigos en medio del mundo mirando, no sólo al cielo sino a la tierra y a los lados, a los que viven con nosotros; el envío del Espíritu Santo para vencer el miedo, para salir a la calle, para hablar un lenguaje que todos entiendan y así reconozcan, en nuestro hacer y decir, la presencia de Dios. Todo esto es una llamada a la misión. Estamos en tiempo de misión, siempre es tiempo de misión, hoy es momento y tiempo de misión. 

El Papa León XIV nos ha dado una pista de por dónde comenzar esa misión. “Antes que una cuestión religiosa, ¡la compasión es  una cuestión de humanidad! Antes de ser creyentes, estamos llamados a ser humanos.” Este es el comienzo de la verdadera misión. Tenemos un compromiso, como creyentes, de ser personas comprometidas con humanizar nuestro mundo. La misión pasa por la implicación en la defensa de los derechos de los hombres y mujeres de este mundo. Será necesaria pues la denuncia de todo aquello que convierte al hermano, al prójimo, en cosa, en objeto de mercado, en alguien de quien me beneficio y sólo me interesa la relación con él en este ámbito. Humanizar supone un compromiso firme con la dignidad de la persona. No hay misión sin este comienzo. No puede haber anuncio del Evangelio sin pararse al lado del que sufre, como el samaritano, y curar sus heridas. La compasión es el comienzo de la misión. El sacerdote y el levita de la parábola, preocupados por el templo y otras cosas, pasaron de largo. No fueron ‘misioneros’, no tuvieron en cuenta la importancia de humanizar, de poner por delante al prójimo y su situación.  

En un segundo momento de la misión vendrá el compromiso con otros que también se implican en humanizar esta sociedad, este mundo y las relaciones que convierten al ser humano en mero objeto de mercado. Algunos de ellos quizá no sean creyentes, no pasa nada. Juntos somos más para humanizar. Con ellos propondremos el Evangelio como referencia para humanizar, para defender los DDHH y sobre todo la dignidad de la persona. Este ‘juntos’ también es testimonio de la misión. El anuncio o propuesta del Evangelio, del Señor, no tiene porque ser aceptada, pero seguiremos comprometidos, al lado de los que quieren humanizar. Será nuestro testimonio el que cuestionará, será nuestro compromiso, con un plus de entrega y generosidad, el que produzca en el otro la pregunta del porqué… y será entonces cuando podremos quitarnos nosotros como referencia de humanizar y de compromiso y poner a Jesucristo como modelo, maestro y Señor de humanizar. Será aquí donde el otro podrá responder a la llamada, mostrar el deseo de conocer más, dar los pasos para acercarse a la comunidad, querer conocer más y mejor a Jesús. Ahí comenzará un itinerario de acercamiento al Señor, algo que Él ya comenzó. 

La misión comienza con el compromiso en este mundo para que sea más humano, más justo, en paz y fraterno. Será el testimonio de vida la continuación de la misión pero en profundo contacto con los que colaboran en la humanización del mundo.  Todo esto necesita y pasa por el compromiso con el prójimo, con el que vive a mi lado. El momento en que el otro comience a hacerse la pregunta, ‘¿por qué tanto amor?’, es el momento del anuncio directo, el momento de quitarnos nosotros y dejar que sea el Señor quien se presente a través de nuestro anuncio. No podemos taparlo nunca. Mostrarlo es dejarle sitio sólo a Él. 


(Publicado en hoja TOC mes de junio) 

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