Libertad robada

El País. 11 diciembre 2014

Hace días que quería escribir sobre mi libertad. Creo que la he perdido, me la han robado, si robado y con ella se ha ido la esencia de mi proyecto de vida. Vivo sin ella. El ladrón se la llevo consigo… y cuando quiero volver a intentar vivirla con madurez y sosiego se encarga de recordarme que sigue aquí sin estar, que se siente victima de mi libertad, de mi manera de vivir. No puede ser, sigo sin ella aunque ya no esté el ladrón. Alguien que pasó por mi vida me la ha quitado, tengo que recuperarla, es imprescindible para seguir viviendo, un hombre sin libertad es un árbol seco, sin sentido, sin frutos, sin hojas, sin capacidad de dar sombra, de dar algo. Es muy sencillo perderla cuando dejas que el ladrón se apoderé de ella, la quiera controlar, quiera que su ojo sea el que marque los tiempos, los momentos, los procesos de vivirla. Es un ladrón perverso, aun sin estar ejerce una presión tremenda, de una u otra manera sigue aquí. Ha dejado sus semillas, las ha colado en la tierra de mi corazón sin darme cuenta y están echando raíces en la tierra de la conciencia. Pierdes la capacidad de decidir, no puedes hacerlo sin que las ramificaciones de esa siembra aprieten sin miramiento, te ahoguen, te dejen sin aliento y terminas viviendo para evitar la presión de la semilla del ladrón, del que me ha robado la libertad. Mi proyecto de vida sin libertad deja de tener sentido, deja de tener la profundidad y la verdad que lo fundamenta. Este ladrón es un moralista que el mismo se ha otorgado la santidad creyendo e intentando hacerte creer que sólo él ha recibido. Es un ladrón disfrazado con la falsa humildad del ropaje desaliñado de cada día y pregonando austeridad y cumplimiento exagerado o el martirio sin derramar una gota de sangre…  pero que esconde un ‘yoyismo’ vociferado y cuestionador de lo que todos los que le rodean hacen, proponen o viven… Es un ladrón de libertad que sólo quiere hacer daño, no utiliza la libertad para ser él más libre sino para que tú dejes de serlo. Cuesta mucho recuperar la libertad de hacer, de decir, de proponer, de vivir, de sentir, de compartir… aunque se haya ido. Su semilla te sigue diciendo que no puedes, que estás cometiendo el mayor de los pecados o la falta grave que hace que esto no funcione…  El hace que la soledad o el malestar que se ha generado por la pelea constante, la mentira creída de tanto repetirla, la falsedad compartida sin reparos no sean responsabilidad suya sino de tu decisión, de tu manera de vivir, de tu libertad vivida con generosidad y verdad…

Quiero recuperarla y desde hoy me lo propongo con un poco de ayuda y reflexión.

Una pista para empezar es un párrafo de Espíritualidad Ignaciana en Facebook:

Quizás, desde un olfato ignaciano, podremos reconocer libertad cuando somos conscientes y cambiamos de lo que antes sucedía "automáticamente" en nosotros. Cuando en lugar de reaccionar con lo de siempre, soy capaz de responder al mismo enfado con otras palabras, a la misma rutina con otra mirada fresca, a las mismas personas con sorprendentes detalles...

Porque la libertad no se acumula pasivamente: si no la construimos y cuidamos con atención, desenmascarando ataduras y autoengaños, se pierde. ¿Te imaginas un camino por el cual dejar de ser hombres-masa, maniatados por publicidades escondidas, y lograr decidir por nosotros mismos?
¿Qué es esto, si no un sueño de Dios? Que en lugar de consumir la libertad recibida, acercándola a Jesús, lleguemos a crearla.

Un twitter de Olaizola:
Un día dejas de preocuparte por las tonterías. (y ahí radica la libertad)

Varias pistas para conseguirlo en el blog de educación Justifica tu respuesta.  

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