Palabras del Papa Francisco a la Orden



Al Reverendísimo Padre
FERNANDO MILLÁN ROMERAL
Prior General de la Orden de los Hermanos
de la Bienaventurada Virgen María del Monte Carmelo.

Me dirijo a vosotros, queridos Hermanos de la Orden de la Bienaventurada Virgen María del Monte Carmelo, que celebráis en este mes de septiembre el Capítulo General. En este momento de gracia y de renovación, en el que sois convocados para discernir la misión de la gloriosa Orden carmelita, deseo ofreceros una palabra de ánimo y de esperanza. El antiguo carisma del Carmelo ha sido durante ocho siglos un don para toda la Iglesia, y todavía continúa ofreciendo hoy su particular contribución para la edificación del Cuerpo de Cristo, mostrando al mundo su rostro luminoso y santo. Vuestros orígenes contemplativos provienen de la tierra de la epifanía del amor eterno de Dios en Jesucristo, el Verbo hecho carne. Mientras reflexionáis sobre vuestra misión como carmelitas de hoy, os sugiero que consideréis tres elementos que pueden conduciros hacia la realización plena de vuestra vocación, que es la subida al monte de la perfección: el obsequio de Cristo, la oración y la misión.

Obsequio
La Iglesia tiene la misión de llevar a Cristo al mundo, y por esta razón, como Madre y Maestra, nos invita a cada uno a acercarnos a Él. En la liturgia carmelita de la fiesta de Nuestra Señora del Monte Carmelo contemplamos a María que está “junto a la cruz de Cristo”. Ése es también el lugar de la Iglesia: estar cerca de Cristo. Y es también el lugar de cada hijo fiel de la Orden del Carmen. Vuestra Regla se inicia con la exhortación a los hermanos a “vivir en obsequio de Jesucristo”, para seguirle y servirle con un corazón puro e indiviso. La íntima relación con Cristo se realiza en la soledad, en la reunión fraterna y en la misión. “La opción fundamental de una vida concreta y radicalmente dedicada al seguimiento de Cristo” (Ratio Institutionis Vitae Carmelitanae, 8) hace de vuestra existencia una peregrinación de transformación en el amor. El Concilio Ecuménico Vaticano II recuerda el papel que ocupa la contemplación en el camino de la vida: “Es característico de la Iglesia ser, a la vez, humana y divina, visible y dotada de elementos invisibles, entregada a la acción y dada a la contemplación, presente en el mundo y, sin embargo, peregrina” (Sacrosantum Concilium, 2). Los antiguos eremitas del Monte Carmelo conservaron la memoria de aquel lugar santo y, aún estando exiliados y retirados, mantenían la mirada y el corazón constantemente fijos en la gloria de Dios. Reflexionando sobre vuestros orígenes y vuestra historia, y contemplando la pléyade inmensa de cuantos han vivido el carisma carmelita a través de los siglos, descubriréis vuestra vocación actual de ser profetas de esperanza. Y, precisamente, es en esta esperanza en la que seréis regenerados. Con frecuencia, lo que aparece como novedoso es algo muy antiguo iluminado por una nueva luz.
En vuestra Regla está el corazón de la misión carmelita de entonces y también de ahora. Mientras os preparáis para celebrar el octavo centenario de la muerte de Alberto, Patriarca de Jerusalén, en 1214, recordaréis que formuló un “camino de vida”, un espacio que capacita para vivir una espiritualidad totalmente orientada a Cristo. Él delineó elementos externos e interiores, una ecología física del espacio y la armadura espiritual, necesaria para responder adecuadamente a la vocación y cumplir eficazmente la propia misión.
En un mundo que permanentemente desconoce a Cristo y, de hecho, lo rechaza, vosotros estáis invitados a acercaros y adheriros siempre más profundamente a Él. Es una llamada continua a seguir a Cristo y a conformaros a Él. Esto es de vital importancia en nuestro mundo tan desorientado, “pues cuando su llama se apaga, todas las otras luces acaban languideciendo” (Lumen fidei, 4). Cristo está presente en vuestra fraternidad, en la liturgia comunitaria y en el ministerio confiado: ¡Renovad el obsequio de toda vuestra vida!

Oración
El Santo Padre Benedicto XVI, antes de vuestro Capítulo General de 2007, os recordó que “la peregrinación interior de la fe hacia Dios se inicia en la oración”; y, en Castel Gandolfo, en agosto de 2010, os dijo: “vosotros sois los que nos enseñáis a orar”. Vosotros os definís como contemplativos en medio del pueblo. En efecto, si de verdad estáis llamados a vivir en la cima del Carmelo, también es verdad que estáis llamados a dar testimonio en medio del pueblo. La oración es el “camino regio” que abre la profundidad del misterio de Dios Uno y Trino, pero es también el sendero estrecho que discurre en medio del pueblo de Dios, peregrino en el mundo hacia la Tierra Prometida.
Uno de los caminos más bellos para entrar en la oración es la Palabra de Dios. La lectio divina conduce al diálogo directo con el Señor y nos muestra los tesoros de la sabiduría. La íntima amistad con Aquél que nos ama nos capacita para ver con los ojos de Dios, hablar con su Palabra en el corazón, conservar la belleza de esta experiencia y compartirla con aquellos que están hambrientos de eternidad.
El retorno a la sencillez de una vida centrada en el Evangelio es el desafío para la renovación de la Iglesia, comunidad de fe que encuentra siempre nuevos caminos para evangelizar el mundo en continua transformación. Los santos carmelitas han sido grandes predicadores y maestros de oración. Esto es lo que de nuevo se le pide al Carmelo del siglo XXI. A lo largo de vuestra historia, grandes carmelitas insistieron en volver a la raíces de la contemplación; raíces siempre fecundas de oración. Aquí está el corazón de vuestro testimonio: la dimensión “contemplativa” de la Orden, que ha de vivirse, cultivarse y transmitirse. Querría que cada uno se preguntase: ¿cómo es mi vida de contemplación? ¿Cuánto tiempo dedico durante mi jornada a la oración y a la contemplación? ¡Un carmelita sin esta vida contemplativa es un cadáver! Hoy, quizás más que en el pasado, es fácil distraerse por las preocupaciones y por los problemas de este mundo y dejarse fascinar por sus falsos ídolos. Nuestro mundo está fragmentado en muchas maneras; el contemplativo, en cambio, vuelve a la unidad y constituye una fuerte llamada a la unidad. Ahora más que nunca es el momento de descubrir el sendero interior del amor y ofrecer a la gente de hoy, en el testimonio de la contemplación, en la predicación y en la misión, no atajos inútiles, sino aquella sabiduría que procede del meditar “día y noche la ley del Señor”, Palabra que siempre conduce a la cruz gloriosa de Cristo. Y, unida a la contemplación, la austeridad de vida, que no es un aspecto secundario de vuestra vida y de vuestro testimonio. Es una tentación muy fuerte, también para vosotros, caer en la mundanidad espiritual. El espíritu del mundo es enemigo de la vida de oración: ¡no lo olvidéis nunca! Os exhorto a una vida más austera y penitente, según vuestra más auténtica tradición, una vida alejada de toda mundanidad, alejada de los criterios del mundo.

Misión
Queridos hermanos carmelitas, vuestra misión es la misma misión de Jesús. Toda planificación y diálogo serían poco útiles, si el Capítulo no realizase, sobre todo, un camino de verdadera renovación. La Familia Carmelita ha experimentado una maravillosa “primavera” en el mundo entero, como fruto, otorgado por Dios, del esfuerzo misionero del pasado. Hoy la misión plantea a veces arduos desafíos, porque el mensaje evangélico no es siempre acogido, e incluso es rechazado a veces con violencia. No debemos olvidar nunca que, aunque seamos arrojados en aguas turbulentas y desconocidas, Aquél que nos llama a la misión nos da también la fuerza para llevarla a cabo. Por eso, celebrad el Capítulo animados por la esperanza que nunca muere, con un fuerte espíritu de generosidad, para recuperar vuestra vida contemplativa y la sencillez y austeridad evangélica.
Dirigiéndome a los peregrinos en la Plaza de San Pedro he tenido ocasión de decir: “Cada cristiano y cada comunidad es misionera en la medida en que lleva y vive el Evangelio, y da testimonio del amor de Dios por todos, especialmente por quien se encuentra en dificultad. ¡Sed misioneros del amor y de la ternura de Dios! ¡Sed misioneros de la misericordia de Dios, que siempre nos perdona, nos espera siempre, y nos ama tanto!” (Homilía, 5 mayo 2013). El testimonio del Carmelo en el pasado pertenece a la profunda tradición espiritual que creció en una de las grandes escuelas de oración. Ésta ha suscitado la valentía de hombres y mujeres que afrontaron el peligro e incluso la muerte. Recordamos solamente dos grandes mártires contemporáneos: Santa Teresa Benedicta de la Cruz y el Beato Tito Brandsma. Me pregunto, entonces: ¿Se vive hoy entre vosotros con el temple, con la valentía de estos santos?
Queridos hermanos del Carmelo, el testimonio de vuestro amor y de vuestra esperanza, radicados en la profunda amistad con el Dios vivo, puede llegar como una “brisa suave” que renueva y revigoriza vuestra misión eclesial en el mundo de hoy. A esto estáis llamados. El Rito de la profesión pone en vuestros labios estas palabras: “Con esta profesión me uno a la Familia carmelita para vivir al servicio de Dios y de la Iglesia y aspirar a la caridad perfecta, con la gracia del Espíritu Santo y la ayuda de la Bienaventurada Virgen María” (Rito de la Profesión O.Carm.).
La Bienaventurada Virgen María, Madre y Reina del Carmelo, acompañe vuestros pasos y fecunde vuestro diario caminar hacia el Monte de Dios. Invoco sobre la entera Familia Carmelita, y en particular sobre los Padres Capitulares, la abundancia de los dones del Espíritu Santo, e imparto a todos de corazón la implorada Bendición Apostólica.

Vaticano, 22 de agosto 2013
Francisco


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