Palabras del Papa Francisco a la Orden
Al
Reverendísimo Padre
FERNANDO
MILLÁN ROMERAL
Prior
General de la Orden
de los Hermanos
de la Bienaventurada Virgen
María del Monte Carmelo.
Me dirijo a vosotros,
queridos Hermanos de la Orden
de la
Bienaventurada Virgen María del Monte Carmelo, que celebráis
en este mes de septiembre el Capítulo General. En este momento de gracia y de
renovación, en el que sois convocados para discernir la misión de la gloriosa
Orden carmelita, deseo ofreceros una palabra de ánimo y de esperanza. El
antiguo carisma del Carmelo ha sido durante ocho siglos un don para toda la Iglesia , y todavía
continúa ofreciendo hoy su particular contribución para la edificación del
Cuerpo de Cristo, mostrando al mundo su rostro luminoso y santo. Vuestros
orígenes contemplativos provienen de la tierra de la epifanía del amor eterno
de Dios en Jesucristo, el Verbo hecho carne. Mientras reflexionáis sobre
vuestra misión como carmelitas de hoy, os sugiero que consideréis tres
elementos que pueden conduciros hacia la realización plena de vuestra vocación,
que es la subida al monte de la perfección: el obsequio de Cristo, la oración y
la misión.
Obsequio
En vuestra Regla está el
corazón de la misión carmelita de entonces y también de ahora. Mientras os
preparáis para celebrar el octavo centenario de la muerte de Alberto, Patriarca
de Jerusalén, en 1214, recordaréis que formuló un “camino de vida”, un espacio
que capacita para vivir una espiritualidad totalmente orientada a Cristo. Él
delineó elementos externos e interiores, una ecología física del espacio y la
armadura espiritual, necesaria para responder adecuadamente a la vocación y
cumplir eficazmente la propia misión.
En un
mundo que permanentemente desconoce a Cristo y, de hecho, lo rechaza, vosotros
estáis invitados a acercaros y adheriros siempre más profundamente a Él. Es una
llamada continua a seguir a Cristo y a conformaros a Él. Esto es de vital
importancia en nuestro mundo tan desorientado, “pues cuando su llama se apaga,
todas las otras luces acaban languideciendo” (Lumen fidei, 4). Cristo
está presente en vuestra fraternidad, en la liturgia comunitaria y en el
ministerio confiado: ¡Renovad el obsequio de toda vuestra vida!
Oración
El Santo Padre Benedicto
XVI, antes de vuestro Capítulo General de 2007, os recordó que “la
peregrinación interior de la fe hacia Dios se inicia en la oración”; y, en
Castel Gandolfo, en agosto de 2010, os dijo: “vosotros sois los que nos
enseñáis a orar”. Vosotros os definís como contemplativos en medio del pueblo.
En efecto, si de verdad estáis llamados a vivir en la cima del Carmelo, también
es verdad que estáis llamados a dar testimonio en medio del pueblo. La oración
es el “camino regio” que abre la profundidad del misterio de Dios Uno y Trino,
pero es también el sendero estrecho que discurre en medio del pueblo de Dios,
peregrino en el mundo hacia la Tierra Prometida.
Uno de los caminos más
bellos para entrar en la oración es la Palabra de Dios. La lectio divina conduce
al diálogo directo con el Señor y nos muestra los tesoros de la sabiduría. La
íntima amistad con Aquél que nos ama nos capacita para ver con los ojos de
Dios, hablar con su Palabra en el corazón, conservar la belleza de esta
experiencia y compartirla con aquellos que están hambrientos de eternidad.
El retorno a la sencillez de
una vida centrada en el Evangelio es el desafío para la renovación de la Iglesia , comunidad de fe
que encuentra siempre nuevos caminos para evangelizar el mundo en continua
transformación. Los santos carmelitas han sido grandes predicadores y maestros
de oración. Esto es lo que de nuevo se le pide al Carmelo del siglo XXI. A lo
largo de vuestra historia, grandes carmelitas insistieron en volver a la raíces
de la contemplación; raíces siempre fecundas de oración. Aquí está el corazón
de vuestro testimonio: la dimensión “contemplativa” de la Orden , que ha de vivirse,
cultivarse y transmitirse. Querría que cada uno se preguntase: ¿cómo es mi vida
de contemplación? ¿Cuánto tiempo dedico durante mi jornada a la oración y a la
contemplación? ¡Un carmelita sin esta vida contemplativa es un cadáver! Hoy,
quizás más que en el pasado, es fácil distraerse por las preocupaciones y por
los problemas de este mundo y dejarse fascinar por sus falsos ídolos. Nuestro
mundo está fragmentado en muchas maneras; el contemplativo, en cambio, vuelve a
la unidad y constituye una fuerte llamada a la unidad. Ahora más que nunca es
el momento de descubrir el sendero interior del amor y ofrecer a la gente de
hoy, en el testimonio de la contemplación, en la predicación y en la misión, no
atajos inútiles, sino aquella sabiduría que procede del meditar “día y noche la
ley del Señor”, Palabra que siempre conduce a la cruz gloriosa de Cristo. Y,
unida a la contemplación, la austeridad de vida, que no es un aspecto
secundario de vuestra vida y de vuestro testimonio. Es una tentación muy
fuerte, también para vosotros, caer en la mundanidad espiritual. El espíritu
del mundo es enemigo de la vida de oración: ¡no lo olvidéis nunca! Os exhorto a
una vida más austera y penitente, según vuestra más auténtica tradición, una
vida alejada de toda mundanidad, alejada de los criterios del mundo.
Misión
Queridos hermanos
carmelitas, vuestra misión es la misma misión de Jesús. Toda planificación y
diálogo serían poco útiles, si el Capítulo no realizase, sobre todo, un camino
de verdadera renovación. La Familia Carmelita ha experimentado una
maravillosa “primavera” en el mundo entero, como fruto, otorgado por Dios, del
esfuerzo misionero del pasado. Hoy la misión plantea a veces arduos desafíos,
porque el mensaje evangélico no es siempre acogido, e incluso es rechazado a
veces con violencia. No debemos olvidar nunca que, aunque seamos arrojados en
aguas turbulentas y desconocidas, Aquél que nos llama a la misión nos da
también la fuerza para llevarla a cabo. Por eso, celebrad el Capítulo animados
por la esperanza que nunca muere, con un fuerte espíritu de generosidad, para
recuperar vuestra vida contemplativa y la sencillez y austeridad evangélica.
Dirigiéndome a los
peregrinos en la Plaza
de San Pedro he tenido ocasión de decir: “Cada cristiano y cada comunidad es
misionera en la medida en que lleva y vive el Evangelio, y da testimonio del
amor de Dios por todos, especialmente por quien se encuentra en dificultad.
¡Sed misioneros del amor y de la ternura de Dios! ¡Sed misioneros de la
misericordia de Dios, que siempre nos perdona, nos espera siempre, y nos ama
tanto!” (Homilía, 5 mayo 2013). El testimonio del Carmelo en el pasado
pertenece a la profunda tradición espiritual que creció en una de las grandes
escuelas de oración. Ésta ha suscitado la valentía de hombres y mujeres que
afrontaron el peligro e incluso la muerte. Recordamos solamente dos grandes
mártires contemporáneos: Santa Teresa Benedicta de la Cruz y el Beato Tito
Brandsma. Me pregunto, entonces: ¿Se vive hoy entre vosotros con el temple, con
la valentía de estos santos?
Queridos hermanos del
Carmelo, el testimonio de vuestro amor y de vuestra esperanza, radicados en la
profunda amistad con el Dios vivo, puede llegar como una “brisa suave” que
renueva y revigoriza vuestra misión eclesial en el mundo de hoy. A esto estáis
llamados. El Rito de la profesión pone en vuestros labios estas palabras: “Con
esta profesión me uno a la
Familia carmelita para vivir al servicio de Dios y de la Iglesia y aspirar a la
caridad perfecta, con la gracia del Espíritu Santo y la ayuda de la Bienaventurada Virgen
María” (Rito de la
Profesión O.Carm .).
Vaticano, 22 de
agosto 2013
Francisco
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