Noviembre

 


El mes de noviembre parece un mes gris. Es el mes del otoño, donde todo parece que cambia de color. Se hacen los días más cortos, la luz desaparece antes. Comienza a hacer frío, apetece quedarse en casa, dejar de salir a la calle. Anuncia la Navidad y que el año se termina. De nuestro calendario desaparecen las fiestas, las verbenas, los encuentros con amigos en comidas o cenas en las calles. Noviembre invita al recogimiento, a la vida sosegada de un hogar que protege y da calor, parece que facilita el encuentro con los que comparto la vida. También es el mes de los colores ocres o amarillos, colores rojizos en los árboles, hojas que caen y dejan sitio a algo nuevo que esperamos con ilusión, rincones que se transforman por el frío y que preparan explosiones de vida en primavera. 

Pero noviembre es algo más. Entre finales de octubre, primeros días de noviembre, y alguna referencia a la fiesta de Cristo Rey que se celebra a finales de este mes, encontramos el día o el recuerdo de las personas sin hogar. Un día para mirar bien a las personas que viven en la calle, para no pasar de largo, para detenernos y, después de una mirada compasiva, poner en marcha nuestra cercanía, solidaridad y fraternidad con ellos. Cuando muchos de nosotros buscamos y agradecemos tener un hogar donde refugiarnos, ellos no tienen un lugar donde vivir con seguridad, donde vivir la intimidad necesaria para ser tú y hacerlo con paz. Es justo reivindicar desde aquí ese derecho universal a la vivienda digna que pueda ser convertida, con calor humano y encuentro fraterno, en hogar. Rompamos la indiferencia, el mirar para otro lado, el pasar de largo. 

Noviembre es un mes de memoria y de celebración en la Iglesia. Memoria y celebración de santos y difuntos. Celebración de la esperanza y el compromiso con el Evangelio, con la Buena Noticia. El día primero del mes la memoria nos acerca a ‘todos los santos y santas’. Es muy importante resaltar la palabra “todos”. Celebramos con gozo la vida de tantas y tantos, hombres y mujeres, que a lo largo de la historia han vivido y viven el Evangelio con una radicalidad de vida que es ejemplar. La mayoría de ellos son anónimos, no conocemos su nombres, solo sabemos que su entrega de la vida por Jesucristo, su compromiso de discípulos, de seguidores de Él, han hecho mejor el mundo. Dios sabe quiénes son y eso nos basta. Nosotros abrimos la mesa del altar para participar con gozo de ‘la comunión’ con todos ellos. Es también la fiesta en la que renovamos con fuerza e ilusión nuestro deseo de ser santos, de tener una vida santa, de vivir un proyecto de vida de auténticos discípulos y seguidores del Señor. 

El día dos también es de memoria y celebración. Memoria de los antepasados, celebración de la fe y la resurrección. Recordar a los difuntos genera un poco de tristeza por el hecho que ya no están con nosotros. Pero el centro de la celebración y memoria es la fe, renovamos la misma al proclamar que ‘Él es la resurrección y la vida, el que crea en Él no morirá’. Es una celebración llena de amor, el que ellos nos tuvieron, el que nosotros les tuvimos, el amor de Dios que nos creó y unió para siempre a ellos. El tiempo, nuestra historia y nuestra limitación nos lleva a la pérdida, a la muerte, pero nada ni nadie, ni la muerte, nos podrá quitar el amor vivido, el amor hecho realidad. Nada ni nadie nos podrá separar del amor de Dios. Esta es la razón de nuestra esperanza. 

Por último en noviembre se celebra el día de “Todos los santos carmelitas", el día catorce, y de “Todos los difuntos carmelitas”, el día quince. Recordar de manera especial a nuestros santos carmelitas nos lleva a renovar nuestro compromiso de querer vivir nuestro carisma y espiritualidad como ‘un camino santo y bueno’. Ser carmelitas es una senda, un proyecto de vida, que conduce a la santidad si hacemos de nuestra vida una vida de contemplación, de vivir en obsequio de Jesucristo en cada momento. Tenemos la manera.  Vivamos la oración como encuentro, la fraternidad como tarea, el servicio como compromiso. En estos ejercicios podremos contemplar el rostro de Dios en el hermano, podremos dejar huellas de Él para los otros. Recordar a los difuntos carmelitas nos ayuda a recuperar el amor que han tenido tantos hombres y mujeres a lo largo de la historia a nuestra espiritualidad, a la Virgen del Carmen, al profeta Elías con su amor a Dios y su defensa de la justicia. Muchos que a lo largo de la historia han hecho del Santo Escapulario un vestido de servicio, un compromiso de transformación personal y de la sociedad donde les tocó vivir. Hacer memoria de ellos habla del amor a Dios, del que tenían auténtico celo, del amor al prójimo y a la Palabra que meditaban día y noche como auténtica ley del Señor y que habían hecho suya. Laicos, religiosos, religiosas que en su vida no había sitio para otra cosa más que para Dios, para el encuentro con Él y la transformación del mundo para que sea cada día más fraterno. No conocemos sus nombres, pero eran carmelitas como nosotros. 

Noviembre no es gris, noviembre está lleno de luz, la que Dios da a través de sus hijos. 


(Publicado en la Hoja de la TOC de Vila-real el mes de noviembre 2025)

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