Obispo de Roma


No lo conocía de nada. Algo había oído de un cardenal argentino que era jesuita, pero no le dí importancia. Estaba trabajando en mi habitación cuando un hermano de la comunidad me llamó para decirme que habían elegido Papa, que estaban transmitiendo en directo, que iba a salir al balcón en la plaza de San Pedro. Deje mis cosas, eran poco importantes ante tal acontecimiento. Se hizo esperar un poco todavía, estábamos todos esperando. Y salió el Papa Francisco al balcón. No olvidaré jamás lo que vi. Un obispo vestido de blanco, sin ningún otro signo de diferencia que el color de su sotana. Una pequeña, y quizá nerviosa o asustada, sonrisa… Al escuchar sus primeras palabras algo me dio un pellizco en el corazón: ‘habéis ido muy lejos a buscar a vuestro obispo’. Esto me emocionó de tal manera que no lo he olvidado nunca. Es lo que había estudiado en la Universidad Pontificia de Salamanca, en eclesiología, en cristología, en historia de la Iglesia… El Papa es el Obispo de Roma. Este es el título que le da valor, le da autoridad, le convierte en referencia para todos los creyentes. Es un título no menor, es pastor de una diócesis que le da una relevancia universal para la catolicidad. De repente toda la teología estudiada, amada y transformadora que había estudiado y que se estaba olvidando, arrinconando, dejando de tener valor o siendo secundaria salía a la luz, se proclamaba con fuerza desde aquel balcón y por el Papa de nuestra Iglesia. Esto era el Vaticano II que había formado parte nuclear de mi formación. Las vestimentas, los títulos poco relevantes y muy rimbombantes dejaban de ser importantes. Noté que algo importante estaba pasando e iba a pasar en mi Iglesia, a la que amo, en la que soy, desde la que sirvo a los hombres y mujeres de este mundo. 

Quiero subrayar seis cosas del Papa Francisco y estos años en los que ha sido Obispo de Roma. 


  1. La primera imagen. Esa imagen de sencillez que ya he explicado más arriba. Es imagen de ser uno más pero con autoridad y responsabilidad. Esa propuesta de considerarse en y con el pueblo, con los fieles, con los hombres y mujeres de este mundo. Quería pedir ayuda, necesitaba de la gente, de los fieles y de todos. ‘Rezad por mí’ Ha transmitido infinidad de veces en estos años que era una función lo que le tocaba realizar, que era como todos pero con una función diferente. Esto me ha ayudado profundizar en la imagen ecelesial de Pueblo de Dios. Para Él cualquier privilegio era agacharse a besar los pies de los presos el jueves santo o abrir las puertas para comer con las personas sin hogar de la ciudad que lo acogía. Esa primera imagen no estaba vacía, se ha hecho realidad y verdad durante todos estos años como obispo de Roma. Quería ser pastor y oler a oveja, tanto en Roma como en el mundo. Un pastor consciente y comprometido con los últimos, con aquellos que están en el margen y hay que ir a buscarlos, cargarlos en los hombros y amarlos, como hace el pastor que busca la oveja perdida. Francisco no ha entendido su responsabilidad en la Iglesia sin la gente, en el sentido más amplio posible, todos los hombres y mujeres del mundo. 


  1. El primer viaje. Lampedusa. Para mi ha sido un testimonio de evangelio. El primer viaje a un lugar donde solo los pobres del mundo, los más necesitados de la humanidad quieren llegar y allí quiso estar él en su primera salida. Un viaje, como otros muchos que ha realizado, pensando en las personas y no tanto en la Iglesia, en él o en el poder y la fuerza. De Lampedusa me quedo con su advertencia: ‘la globalización de la indiferencia’. No podemos dejar de llorar por y con los que sufren. La indiferencia nos aleja de ellos, colocamos en la normalidad lo que es inadmisible, que mueran personas en el mar en un camino de búsqueda de la dignidad, algo que nunca deberían haber perdido porque forma parte del regalo de Dios, la vida, que todos los hombres y mujeres de este mundo reciben. Aquí empezó una propuesta constante en sus años de Obispo de Roma, el cuidado y la cercanía a los pobres, las visitas inesperadas a cárceles, hospitales, orfanatos, barrios marginales… Esto suponía una propuesta para todos nosotros, especialmente así lo viví yo. Un cambio de mirada en el hacer, en el vivir y en el ser. El Evangelio se hacía realidad en él, ‘los últimos serán los primeros’. Él era primero al estar con los últimos, convertía en primeros a ellos al estar él allí. Acompañar, acoger, incorporar a la comunidad, dar dignidad… Una propuesta real y posible, llena de verdad que parte de una pregunta de Dios para cada hombre y mujer de este mundo: ‘¿Dónde está tu hermano?’. Han sido gestos que han abierto en el mundo una esperanza, la que da saber que la Iglesia no deja solos a los que están solos. 


  1. Dos propuestas entre muchas: Casa común y fraternidad. Ha sido algo grande. Mirar la creación y descubrir que somos responsables de la misma, no consumidores de ella. Que tenemos que cuidar y labrar. Es la casa común que tenemos que mantener erguida, fuerte… no sólo por el valor en sí misma sino por los que habitamos en ella. Que ese cuidado de lo creado está unido para siempre a la situación de pobreza y necesidad de nuestros hermanos, que no son dos cosas diferentes. Una denuncia directa y clara, una propuesta que responsabiliza al creyente y a todo hombre y mujer de este mundo. La ‘Laudato sí’ ha abierto una puerta nueva en la propuesta de transformación de la realidad desde el Evangelio, el reino de Dios no puede dejar fuera el cuidado de la casa común. La segunda propuesta es la Fratelli Tutti. Llamados a ser samaritanos del otro, a ser hermanos de todos los hombres y mujeres de este mundo. La fraternidad es el proyecto de Dios para todos los hombres y mujeres de este mundo. Todos estamos llamados a construir ese proyecto. Es novedad por lo que nos falta por conseguir, y es tarea por el empeño que tenemos que tomar en ello. De la denuncia se pasa a la propuesta. No ha faltado en toda su responsabilidad una denuncia de la violencia y una propuesta de paz. Estas dos propuestas de cuidado, de compromiso y de proyecto de vida que nos ha lanzado Francisco formarán para siempre parte de mi proyecto de vida. La segunda la ha desempolvado en mí, la primera ha enriquecido mi compromiso de vivir el Evangelio. 


  1. La víctimas y la verdad. Este es un tema que ha afrontado con fuerza, quizá no la suficiente pero con mucha verdad. Ha sabido exigir a los responsables, a los que teniendo autoridad han formado parte, directa o indirectamente, de la injusticia. No ha mirado para otro lado. Gracias, Papa Francisco. Ha sabido cuidar, dar el lugar que merecen y necesitan las víctimas de esos abusos. Ellas han sido lo primero y lo más cuidado, lo más importante y lo más respetado. Creo que ha puesto, repito que quizá no ha sido suficiente, unos límites que nunca se van poder olvidar y traspasar. Ha hablado con claridad, ha mirado con misericordia y ha pedido perdón con la humildad de saber que hemos hecho las cosas muy mal, que hemos hecho daño y que queremos asumir nuestra responsabilidad. No puede haber más encubrimientos, no puede haber más mentiras, no puede haber más abusos. Esa es la lección que yo he aprendido de Francisco, que se ha quedado para siempre en la Iglesia


  1. La sencillez de la vida. Algunos pueden pensar que sólo es una imagen. Yo creo que no. Creo que ha sido muy sincero en esto. Sus zapatos son los de siempre. Sus ornamentos no han merecido ni un comentario sobre su estilo, la moda o los colores. Su cambio de residencia a un lugar compartido con otros, donde es más fácil encontrarse y vivir con normalidad. El encuentro espontáneo con las personas en sus viajes, en las audiencias, en paseos sin avisar por la plaza, como está última semana. En su buen humor, en las pequeñas anécdotas que intercalaba en sus discursos, homilías.  Quizá todo esto lo haya facilitado que hablará el mismo idioma que yo, el castellano. Esto también forma parte del anuncio del Evangelio y a Jesucristo. Es imposible anunciar la Buena Noticia con caras largas, con rostro estirado y con palabras ureñas. Con sencillez y alegría es más creíble la propuesta. Estos gestos han ayudado a entender, a hacer creíble el mensaje, a ir más allá de los conceptos y las verdades doctrinales. Han supuesto pensar y proponer que no estamos fuera del mundo sino en el mundo, que no somos algo extraño sino entendible, que no somos algo del siglo pasado sino del hoy, ahora y aquí. Esta sencillez posibilita su propuesta de abrir las puertas, de un sitio para ‘todos, todos, todos’, en la Iglesia. 


  1. La mujer y la sinodalidad. El Papa tiene también una responsabilidad organizativa en la Iglesia. Tiene que ayudarnos a crecer y mejorar nuestra manera de ser comunidad. No es fácil siendo tantos. Han faltado muchas cosas en este aspecto, no es fácil ‘mover’ una estructura tan pesada, parece que le cuesta hasta al Espíritu. Pero dos cosas sí se han movido y son para quedarse, bajo mi punto de vista. El papel de la mujer como parte importante de la toma de decisiones, de dirigir equipos, asumir responsabilidades eclesiales. Mujeres en el Sínodo con voto, en los dicasterios con responsabilidades importantes, dirigiendo equipos con obispos y sacerdotes en ellos. Mujeres valoradas y reconocidas en la institución no de palabra sino con decisiones que lo han hecho posible. Son pequeños cambios pero de un calado importante, mucho más allá de los simbólico. Falta mucho, por supuesto, pero se ha empezado. Falta en la parte ministerial, hay mucho que hacer en esta dimensión. Gracias, Francisco. La sinodalidad propuesta y hecha realidad en el Sínodo nos ha abierto los ojos a una manera de estar y ser en la Iglesia que no podemos dejar a un lado. Es juntos como caminamos. Es dialogando como avanzamos. Es con el Espíritu, presente en todos, como decidimos. Escuchar, discernir, proponer, decidir pero sin dejar a nadie fuera de este proceso. La sinodalidad es un proceso de Pueblo de Dios, donde a nadie se le deja fuera del mismo. Es una propuesta de sentir a la Iglesia en cada uno de sus miembros como Templo del Espíritu Santo. 


Podría ser más extenso y completo el análisis pero aquí lo dejo. El Papa Francisco ha sido un gran regalo para la Iglesia y para el mundo. He querido escribir esto para mi, para no olvidarlo, para rezar con y por él, para darle gracias a Dios por este regalo maravilloso que ha supuesto el Papa Francisco, obispo de Roma, para todos nosotros.


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