Bajar de la Cruz

 

“La Piedad de Miguel Ángel” de Guadix 


Un camino difícil para llegar a ella. Ni buscada ni rechazada. Ni la imaginaba cuando lloró sangre ante la angustia de una noche oscura que se avecinaba, presiente y sabe que le buscan, que no será fácil. La Cruz se convertirá en el final de una vida entregada, honesta, llena de verdad, de anuncio profético, de Palabra que ha transformado los corazones de los que lo escuchaban. Esa Cruz castigo deseado y pedido por los poderosos para acallar el anuncio de un reino que no era suyo sino de Dios y que los llenaba de miedo. Traiciones, juicios, envidias, silencios, rencor, indiferencia, manipulación… que lo llevan a la condena.  Se mantiene firme en su testimonio, convierte el escarnio en entrega generosa, en mirada de misericordia desde lo alto de la injusticia en forma de Cruz. Gritó una Palabra para todos los hombres y mujeres de este mundo, que sin querer o queriendo, cometemos las injusticias que crucifican, es la misma palabra que en Belén, ‘os quiero’, ‘os perdono’. 

¿Qué pasó después de esa muerte? Hay que bajar de la Cruz, Él ya no puede, ha muerto, lo ha dado todo, ha entregado su vida. Tiene que bajar de esa Cruz que Él ha convertido en trono de un Rey diferente. Su lugar siempre ha sido la tierra, los caminos. Un madero donde ha sido clavado, desde el que ha gritado, donde ha dado para siempre su vida. No puede quedarse allí, llega el día de fiesta para su pueblo, llega el final de la vida y hay que terminarlo como todo hombre y mujer de este mundo. Bajar de esa Cruz para estar en la tierra, entre los hombres, de nuevo a la historia de cada día, de nuevo entre la gente. ¿Cómo bajarlo de ahí? 

No pueden ser otros brazos más que los de su Madre. Ella sigue abrazando hasta después de la muerte, es su Hijo para siempre. Aquella promesa de Nazaret parece que se termina, que se acaba. Quizá no tiene el final soñado, pero es su HIjo para siempre, lo ama. No es el final deseado, pero lo quiere. Ese último abrazo de María no es el final, ella sabe, como toda Madre, que vivirá para siempre en su corazón, que en compañía de Juan lo hará presente en su memoria, en sus recuerdos. Con Juan ella seguirá proponiendo el amor que le llevó a la Cruz y que nos pidió vivir cada día. Lo aprieta fuerte, lo abraza con fuerza, siente el frío de su cuerpo, se mancha de su sangre derramada hasta el extremo. Las lágrimas llenan su rostro, la pena y el dolor parten su corazón. Hay que bajarlo de la Cruz, no se puede quedar en ella, hay que comenzar otra historia con Él de otra manera a su lado. María y los discípulos saben que la Cruz ha sido un final inesperado, pese a que muchas veces repetía aquel ‘tengo que padecer’ que no querían escuchar. 

María no puede sola, necesita ayuda para bajar el Cuerpo de Jesús de la Cruz. Tiene ayuda, está Juan, está José de Arimatea, están algunas mujeres que lloran desconsoladas, algún discípulo… Todos son necesarios para que Él baje de la Cruz, necesitan que baje de ese lugar de muerte. Todos lo abrazan, todos juntos y unidos quieren dar sepultura al cuerpo sin vida de su Hijo, de su amigo, de su maestro. Así comienza la historia después de la muerte de Jesús, junto con María, los amigos y discípulos tomando decisiones, siguiendo la historia de Aquel al que habían seguido y hecho rabí de su vida, por el que habían dejado barcas, redes, mesas de recaudación, vidas anteriores, trabajos, familias y amigos. Alrededor de aquel cuerpo todos unidos, con María abrazando, comienza una historia nueva. La Cruz parece el final pero no quieren que sea así, todos están allí para acompañar, para dar sepultura, para continuar. 

Baja de la Cruz en manos de todos aquellos que lo han seguido, que lo han escuchado y amado, a los que ha llamado, curado y amado primero. Baja de la Cruz del sufrimiento y el dolor entre los abrazos, caricias y miradas de los que le amaron y amarán para siempre. Ya la Cruz terminó para Él. Ellos piensan en una sepultura digna y nueva, como no podría ser de otra manera, dejada por una amigo, pobre hasta para este momento. La Cruz está vacía, Él ya no está ahí, ha bajado de ella. Para todos comienza una vida diferente, donde Él es recuerdo y en él vivirá para siempre, así lo pensaban. Sepultado, como hombre que era. Enterado y encerrado en un sepulcro en medio de la historia. La muerte parece que venció, pero no en el corazón de aquellos que lo amaban, su Madre y sus amigos y amigas, seguidores fieles llenos de lágrimas aquella tarde. Tampoco había muerto para Dios. 

Es al bajar de la Cruz, ayudado por su Madre y sus amigos, cuando algo nuevo va a comenzar, en medio de la historia, pisando la tierra, y eso nuevo está en manos de Dios -como todo-, que es esperanza, gracia y misericordia, Él siempre es fiel con el hombre, no abandona nunca. Tanta oscuridad y tanta noche no puede ser vencida por nadie más que por Dios. Al bajar de la Cruz, después de aquellos tres días anunciados por Él, comienza un ‘nuevo templo’, un nuevo culto, una nueva manera de vivir la fe y la relación con Dios. Esta nueva relación se llama encuentro.  Al regresar a buscarlo Magdalena va escuchar un ‘María’ que le cambió la vida a ella y a todos nosotros. Ha bajado de la Cruz, no está muerto, ¡¡¡vive!!!, ‘he visto al Señor, y me ha dicho que va a Galilea…’. Jesús ha bajado para siempre de la Cruz, lugar de muerte, y vive en nuestra galilea de cada día, entre y en los hombres y mujeres de este mundo.

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