Música de Dios





 “Y tu María, hazme música de Dios

y tú María, anima TÚ, las cuerdas de mi alma”

 

La música nos hace movernos, sentir, bailar, recordar, levantar el ánimo, traer al presente secuencias del pasado, imaginar momentos y despertar el deseo, el anhelo. La música tiene notas que van marcando un orden, una melodía. La música tiene ritmo que hace que nos movamos lento o rápido, pausadamente o con júbilo. La música pone alegría, sosiego, produce encuentros, mueve la memoria y nos ayuda a expresar sentimientos, nos emociona. 

Esta letra de la canción siempre me ha encantado. Resuena muchas veces en mi corazón en momentos de silencio y oración. Ha sido petición a María en multitud de ocasiones, cuando mi vida se ha parado o estaba deseando poner ritmo diferente a lo que ocupa cada día ni quehacer. En este verso del estribillo de la canción de Kairoi me he apoyado para dirigirme a Ella y desear que su compañía y su guía fueran la batuta para bailar, sentir, proponer, animar… aquello en lo que me encontraba. Para que resonara fuerte la música de Dios y para que pudiera ser yo parte de la misma. Sé que todos estáis entendiendo que ‘ser música’ es una metáfora de una manera de estar, ser y proponer en el mundo. 

Ser música de Dios en el mundo es una gran responsabilidad. No toda “música” que dice ser de Él lo es. Me preocupa escuchar ritmos y propuestas de baile que no son del Evangelio, que cuesta entender como suyas, y se nos hace escuchar como suyas. Muchas le atribuyen la autoría a Él pero no suenan a Él. Son músicas que excluyen, que no dejan bailar a todos. Esas músicas no son de Él. En su baile entramos todos, y todos estamos llamados a movernos al ritmo que Él propone. Si se excluye no es de Él, no es música que María enseñé y que Él proponga y haga sonar en nosotros. La música de Dios es universal, abierta a todos, con ritmo que todos somos capaces de apreciar, bailar y disfrutar. 

La música de Dios tiene acordes maravillosos de encuentro con los otros, son acordes de fraternidad y de baile coral, con ritmos acompasados para cada uno según su estado y condición. Es más un baile basado en la libertad, que Él nos ha dado, que en una uniformidad de pasos establecidos. El director de la melodía es Él, sólo Él. No sé si os pasa pero esa música que Él propone conduce a la alegría siempre, pese a que en ocasiones duelan los pies e incluso el corazón. Llega un momento que la partitura propone misericordia, nos envuelve en un abrazo y el baile se vuelve acompasado a Él, apretado a Él y bailamos pegados a Él, en sus brazos. 

La música que Dios quiere que interpretemos en esta vida es esta. María nos lo recuerda con su vida. Es ella la que nos indica a quién seguir en cada paso de baile, ‘hacer lo que Él os diga’. Es ella la que mejor interpretó los silencios, siempre a su lado y esperando la siguiente nota o propuesta para seguir bailando junto a Él con fuerza el ‘hágase’ que respondió a su promesa. La música de Dios que le pido a María tantas veces me la susurra al oído en su Magnificiat, una música de justicia con los oprimidos, de denuncia de la injusticia y de misericordia con los otros.

La última petición es que sea ella la que mueva ‘las cuerdas de mi alma’. Todo es cuestión de dejarse, de disponibilidad, de no dar distancia. El día del Carmen, los anteriores días de novena, el encuentro con los hermanos de la Tercera Orden, la escucha del predicador de la novena, la lectura de los Evangelios de cada día, el rezo del rosario, vestir el escapulario… son momentos y gestos “para afinar nuestras cuerdas”, para que la melodía que cada día el alma y el corazón hacen sonar en medio del mundo no sea la mía, no desafine con el Evangelio y sea la de Él, aquel que tiene una música maravillosa y única para este mundo: su amor. 


(Publicado en el programa de la fiesta de El Carmen de la TOC de Vila-real en junio de 2024)


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